Hoja de ruta

Ignacio Martínez

Se busca un presidente para Europa

HOY hay cumbre de líderes europeos en Bruselas. Asisten pocos líderes de cuerpo entero; pero, en fin, es la época que nos ha tocado vivir. Allí discuten sobre quiénes pueden ser el presidente del Consejo Europeo y el ministro de Exteriores comunitario en los próximos dos años y medio, dos puestos creados por el Tratado de Lisboa, que podría entrar en vigor el 1 de diciembre. Tony Blair sonaba mucho para presidente, pero sus colegas socialdemócratas lo han dejado caer del cartel. En cambio sube enteros Jean-Claude Juncker, primer ministro de Luxemburgo y decano del Consejo de Europeo en el que lleva 14 años, que se ha mostrado dispuesto para la tarea el martes en una entrevista en Le Monde.

Confieso mi admiración por Juncker, que a sus 54 años tiene una larga experiencia y mucho sentido del humor. Hay una anécdota suya en la cumbre de la UE celebrada en Sevilla en junio de 2002. Aznar, con la ayuda de Blair, llevó a este Consejo Europeo la propuesta de condicionar la cooperación con los países africanos a su colaboración en la lucha contra la inmigración ilegal. No se aprobó ese punto y en su conferencia de prensa final Juncker deslizó un sarcasmo sobre la osadía de la derecha europea: metía en ese saco al laborista Blair y a Aznar, compañero suyo de filas en el Partido Popular Europeo. Preguntado si había sido un desliz, reiteró sus críticas a esa propuesta, que también contó con la oposición de los nórdicos y Francia, entre otros.

Hay más candidatos para ser presidente europeo; la irlandesa Robinson o el holandés Balkenende por ejemplo. Todos tienen buen nivel, dicho sea de paso. No se repite la escena de la cumbre Corfú de 1994, cuando hubo que elegir al sustituto de Delors como presidente de la Comisión Europea. Debía ser uno de los padres del Tratado de Maastricht, democristiano y de país pequeño. Sólo los tres primeros ministros del Benelux cumplían las tres condiciones: el holandés Lubbers, el belga Dehaene y el luxemburgués Santer. Kohl vetó a Lubbers porque no había sido lo bastante entusiasta de la unificación alemana y Major vetó a Dehaene porque era demasiado europeísta. Veinte días después, en una improvisada cumbre en Bruselas, se designó al más mediocre de los tres. La Comisión Santer tuvo el honor cuatro años después de ser la única de la historia derribada por el Parlamento Europeo. El juego de los consensos puede poner en algún sillón al más tonto de los candidatos, simplemente porque no moleste a nadie.

Juncker cree que el presidente de Europa debe conjugar las ambiciones de los grandes y los pequeños países, del Este y del Oeste. Debe ser también un facilitador para la pareja francoalemana, que tutela la Europa unida desde su invención hace casi 60 años. Y piensa que él lo puede hacer bien. Un criterio que comparte un servidor de ustedes.

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