Mitologías Ciudadanas

José Fabio Rivas

El cante jondo

No me refiero al cante de los políticos. Un cante, descafeinado, superficial y falto de hondura, a veces bonito, tecnocrático, aséptico… Pensado siempre para contentar a la propia camada y vendernos a todos la moto o lo que haga falta. Tampoco me refiero a los cantes del comisario Villarejo en la Audiencia Nacional o a otros cantes parecidos, que aunque sus letras remiten a las porquerías que supuestamente reposan en el pozo hondo y podrido de los llamados secretos de estado, carecen de la legitimidad, del sentimiento, de la sobriedad y de la belleza del verdadero cante jondo.

Porque el cante jondo no busca seducir bobaliconamente, sino conmocionar. Y aunque en el fondo también es político, no habla de política. Porque al cante jondo, aunque sabe de corrupción y de explotación y de marginación y de soledad, incluso de hambre y de miseria, de amor y desamor, de dolores secretos y profundos, de podredumbre…, a pesar de todo eso, le trae al pairo los secretos de estado y los secretos (inconfesables) de los que protegen los secretos de estado o de la élite protegida por los secretos de estado.

El 16 de noviembre se celebra el Día Internacional del Flamenco, declarado por la Unesco Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Se trata de un rarísimo canto primitivo, el más viejo de Europa. Nacido y acunado en Andalucía, con la materia y el soplo de vida que le fueron aportando distintas tradiciones culturales, desde los cantos y ritos tartesios, los músicas moras del norte de África, los desgarrados ritmos sefardíes, las danzas y cantes de las bandas errantes y misteriosas de gitanos hindúes que se afincaron en Andalucía, los cantos litúrgicos de la primitiva Iglesia española… Con esos ingredientes, y otros muchos que se fueron añadiendo a lo largo de los siglos, se fue configurando a partir del siglo XV el cante, el toque, el baile: el flamenco: distintas formas de expresar la pena, la alegría, el miedo, la tragedia, la seducción…, con palabras y músicas sencillas, concisas y sinceras. A veces -como la vida misma-, de forma desgarrada y sin salida.

Arte de minorías, de minorías selectas, que requiere toda la atención y concentración del aficionado; arte vivo que hay que saborear poco a poco, cante a cante, pues, al igual que uno no se puede dar un atracón de buena poesía sin empacharse, tampoco se puede dar un atracón de flamenco. Arte vivo y en evolución, y por eso híbrido y hecho de mixturas, siempre cuestionado por los que defienden el flamenco puro, los cantes grandes y hondos, frente a los cantes menores, fiesteros y toda esa retahíla de cancioncillas aflamencadas. Al margen de esas polémicas, el flamenco en todas sus expresiones artísticas, y el cante jondo entre ellas, nos recuerda que, a pesar de eso que llamamos progreso y postmodernidad, de la sociedad líquida y de consumo, de internet… el hombre, con su fragilidad y sus miedos, en la búsqueda de la supervivencia, movido por la libertad y el afán de compasión, aún sigue vivo, y grita y canta y toca música y baila, como si un hilo indeleble e inefable nos uniera a la verdad del hombre primitivo. De eso, y no de política ni de las cloacas del estado, "habla" la jondura del flamenco.

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