Un cártel del fútbol

La Superliga la montaron magnates europeos, jeques árabes y oligarcas rusos. Todo por el fútbol, pero sin el fútbol

Los equipos más poderosos del fútbol europeo han fracasado en su intento de crear una competición de élite cerrada, llamada pomposamente Superliga. La revuelta de los aficionados británicos y la repulsa generalizada acabaron con el proyecto encabezado por el presidente del Real Madrid en pocas horas. El negocio y el espectáculo hace tiempo que han solapado al deporte y la competición, pero esta vuelta de tuerca no contaba con los sentimientos de los seguidores. Nadie deja a su club. Es el mismo de por vida, mientras la gente es capaz de cambiar de nacionalidad, oficio, pareja o ideología; incluso de religión. De hecho, el fútbol tiene más seguidores que cualquier religión en el mundo. El sentimiento de pertenencia a un equipo y la rivalidad con otros clubes es parte esencial de estas fidelidades.

Los patrocinadores de la idea argumentaban que lo hacían para salvar el fútbol, en un momento crítico con sus clubes arruinados. Y se han encontrado con un rechazo frontal: Guardiola ha reivindicado el esfuerzo y el premio. Bielsa, que los clubes ricos serían más poderosos y los débiles más pobres. Esto era un cártel para el primer ministro británico, Boris Johnson. Cártel formado por magnates de la construcción y el automóvil, jeques árabes y oligarcas rusos; no es mala alineación. Absolutismo moderno: todo por el fútbol, pero sin el fútbol. Y ha sido derrotado en la calle por aficionados que mostraban camisetas. Esta fe de los seguidores en la competición libre es estimulante, aunque los especuladores han quitado el alma al fútbol: como ha sostenido Valdano, la camiseta era antes, sobre todo, el escudo; ahora es un espacio publicitario.

Es evidente que la revolución tecnológica y las tendencias digitales obligan a cambiar el negocio futbolístico y los derechos. Y también que los organismos que regulan este deporte, FIFA, UEFA y federaciones nacionales son poco transparentes o escasamente democráticas. El último presidente de la Federación Española después de 30 años salió del puesto pasando por la cárcel. Pero los clubes de la Superliga han vivido por encima de sus posibilidades. El Real Madrid debe más de 900 millones de euros y el Barcelona casi 1.200. Los demás, además de soportar presupuestos insostenibles de los poderosos, deben resignarse a que las estrellas evadan impuestos, los árbitros protejan a los grandes, se fiche a niños de canteras modestas por calderilla, o se cobren derechos de televisión muy desiguales. Unir a todo eso un coto cerrado era demasiado.

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