La tribuna

emilio A. Díaz Berenguer

La centralidad y el éxito de Podemos

HA nacido el partido radical español. No llega para cambiar la sociedad, sino para resetear y regenerar la democracia. Cuando Podemos se presentó a las pasadas elecciones europeas era tan sólo una organización ciudadana que pretendía canalizar institucionalmente el movimiento 15-M, sin voluntad de convertirse en un partido político, al menos a corto y medio plazos. Su entonces programa electoral iba dirigido tanto a militantes y simpatizantes de la izquierda que no se consideraban representados por PSOE ni por IU como a rebotados electores de ambos partidos. En ningún caso sus promotores tenían programada una hoja de ruta inmediata para convertirse en un partido político.

La realidad les ha desbordado. La prueba del algodón es que a estas alturas de su galopante vida demoscópica aún no disponen de programa electoral y han declinado presentarse a las próximas municipales por temor a que se les queme su principal activo: la marca Podemos, de manera que les perjudicara para su pretendido asalto al Ejecutivo nacional, su objetivo máximo. Sin embargo, sus simpatizantes no se lo tienen en cuenta y asumen sin más sus débiles justificaciones. Hay un cierto paternalismo del electorado hacia esos chicos sencillos e ilustrados, aunque un poco pretenciosos y osados, que proponen sacarnos del pozo en el que el bipartidismo nos ha hundido en los últimos años, no sabiendo ahora qué hacer tras haberse cepillado de un plumazo una buena parte de la clase media española.

La nueva dirección orgánica de Podemos no tiene experiencia en gestión de la cosa pública. Esta carencia la hubiera podido haber cubierto IU, pero el Podemos actual no tiene nada que ver con el que se presentó en mayo pasado a las elecciones al Parlamento europeo. La respetable ambición política de Pablo Iglesias y su grupo y su habilidad para que los medios y los ciudadanos no lo aprecien, ha llevado a Podemos a un oportuno cambio de target electoral, al mejor estilo trilero. De ser un grupo que canalizaba la indignación de la ventana del 15-M ha pasado, sin vértigo político alguno, al centro político en menos de seis meses.

El programa que presentó Podemos a las europeas iba dirigido a la captación de los descontentos que no pensaban votar, así como a arañar a PSOE e IU, especialmente a la coalición, sus electores votantes situados más a la izquierda, decepcionados con estas organizaciones, y también a los antisistema. Nunca esperaban los votos de ciudadanos situados en la banda ideológica que va del centro izquierda al centro derecha.

En las encuestas de los tres últimos meses, el apoyo de personas situadas en este espectro ideológico ha crecido tanto que ante este panorama los líderes de Podemos que encabezan la primera dirección orgánica del partido mudaron el programa político, pasando de un perfil posicionado entre lo que podríamos considerar a medio camino entre un eurocomunismo sin comunistas y un trotskismo siglo XXI, a una organización netamente radical, cercana a los postulados de los italianos Pannela y Bonino. Es la centralidad que ahora repite constantemente Iglesias, que no Monedero, cuando se le pregunta por su ubicación ideológica, abarcando un arco que va desde el liberalismo hasta la socialdemocracia.

Esta es una de las principales claves del éxito actual de Podemos en las encuestas: la centralidad que da cobijo a toda la clase media que ha sido perjudicada gravemente por las medidas de austericidio del bipartito, especialmente del PP. Para ello se han aliviado del peso de Izquierda Anticapitalista, eliminándola de la dirección que quiere conducir a Podemos hacia el poder institucional en el Legislativo y en el Ejecutivo. La bendita hemeroteca demuestra que Podemos ha pasado de ser una organización ciudadana de perfil izquierdista, que no se sentía a disgusto siendo considerada antisistema, a convertirse en un partido político radical, laico y progresista, en menos de medio año.

El stablishment no tiene nada que temer de Podemos. Si llegara a las instituciones no habría ruptura del sistema, aunque sí se produciría la recuperación del liderazgo del poder político en la sociedad, se reajustaría la balanza fiscal para dar mayor peso a las aportaciones de los que más poseen y se configuraría un nuevo marco para un capitalismo poscrisis. No habría revoluciones y la interlocución con el resto de los poderes sería, probablemente, incluso más transparente y hasta satisfactoria para éstos.

Sin embargo, hay una cierta ingenuidad de los que piensan que sólo con Podemos desaparecería la corrupción política. Esta lacra que lleva decenas de años apalancada en la sociedad española sólo puede acabar con una real y nítida separación de los poderes del Estado y una participación directa de la ciudadanía en la elección de sus miembros, con unas primarias abiertas, simultáneas y obligatorias para los candidatos de cada partido al Ejecutivo y al Legislativo y con un programa que otorgue a la sociedad un poder real de control y revocación de los cargos electos, a la vez que se exigiera a los ciudadanos un cumplimiento escrupuloso de sus obligaciones con el Estado. Pero esto nunca será factible sin la colaboración de todos y cada uno de los partidos, no sólo de Podemos, en su caso, y de las organizaciones socioeconómicas más representativas.

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