El acto organizado en el Congreso para conmemorar el 40º aniversario del 23F fue, cómo no, motivo de polémica. Para sus organizadores, y para quienes asistieron, el motivo de la solemne ceremonia era reafirmar la vigencia de nuestro sistema constitucional; mientras que para los ausentes era un motivo más para su abolición. Hay quienes ironizaron con la ocurrencia de conmemorar un golpe de Estado, pero sabían bien que no era el asalto al Congreso de Tejero y sus acompañantes lo que se recordaba en el pasado martes, sino su derrota como hito fundamental en la consolidación de nuestra democracia. Además, aquello fue algo más que el fin del franquismo, o de la sombra que aún proyectaba sobre nuestra democracia: su verdadero valor histórico es el de haber puesto el punto final a dos siglos de ejércitos intervencionista, constituidos en albaceas del poder político y garantes de unas supuestas esencias patrias.

Con la distancia de las décadas transcurridas, lo ocurrido aquel 23F puede resultar hoy algo esperpéntico, pero, en el contexto de aquellos años, el riesgo de involución era evidente y muchos temimos entonces una vuelta al pasado más oscuro. Lo que realmente ocurrió está suficientemente datado, estudiado y analizado, aunque puedan quedar vacíos o momento por reconstruir. El problema es intentar rellenarlos con supuestos hechos, o juicios de intenciones, para que el relato encaje en nuestros prejuicios. Pero, lo cierto es que la realidad no es un cubo de Rubik en el que los diferentes colores acaban encajado en sus correspondientes caras. Sostiene Hannah Arendt que: "lo que define a la verdad factual es que su opuesto no es el error, la ilusión o la opinión, sino la falsedad deliberada o la mentira".

En sendos artículos, aparecidos con motivo del aniversario del golpe, el historiador Enrique Moradiellos y el escritor Javier Cercas -autor del libro sobre el 23F Anatomía de un instante- sostienen que no hay dudas de que el golpe lo paró el Rey Juan Carlos I: ya que él era el único que lo podía parar. Lo que el emérito haya hecho después y las opiniones que nos merezca, o las calificaciones jurídicas que se pueda derivar de ello, no pueden cambiar el papel fundamental que, como Rey, jugó en aquellos momentos decisivos. Si, por lo denigrante de sus actos actuales, subvertimos su papel en los hechos factuales ocurridos entonces, estaríamos haciendo algo parecido al borrado fotográfico que Stalin practicaba con sus adversarios.

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