Creo recordar que fue en 2013 cuando nos citaron a los periodistas a una visita al Palacio de la Aduana, sometido ya a la larga agonía que implicó su lenta transformación en el Museo de Málaga. Estaban allí el recordado Antonio Garrido Moraga y Celia Villalobos. Siempre que los veía juntos pensaba en el poder que la política demuestra a la hora de unir caracteres opuestos en virtud de causas comunes, pero eso es ahora lo de menos. La cuestión es que me dio preguntar por una respuesta parlamentaria emitida al todavía diputado socialista en el Congreso Miguel Ángel Heredia en la que se apuntaba la intención del Gobierno de inaugurar el museo en 2015, cuando la última fecha barajada era el segundo semestre de 2014. Y fue Celia Villalobos la que respondió: "No, no, el museo abrirá en 2014". "Pero el Gobierno dice ahora que se inaugurará en 2015", respondí yo. "¿Dónde dice eso?" "En el Boletín Oficial de las Cortes". Y fue entonces cuando Villalobos me regaló uno de los mejores momentos de mi vida periodística: "Pues entonces, se habrá equivocado el Boletín Oficial de las Cortes". Al final, el Museo de Málaga se inauguró en diciembre de 2016, pero eso ya daba igual. Lo importante era aquel carácter, aquella certeza absoluta respecto a lo dicho, aquel no arredrarse aunque la evidencia la pintaran delante de color verde al tamaño de una estantería de Ikea. Creo que si hubiera que señalar la definitiva aportación de Celia Villalobos a la política española no hablaríamos ni de sus instrucciones para guisar el puchero, ni del vocerío lanzado a su chófer como nueva pedagogía respecto al talante que predicó Aranguren mucho antes que el pardillo de Zapatero; su mayor seña de identidad ha sido la profunda reformulación del principio de autoridad: antes, a un político le convenía saber de qué hablaba para poder demostrar la autoridad necesaria. Ahora, el objetivo es mostrar una autoridad absoluta aunque el político no sepa muy bien de qué está hablando. Y Villalobos tiene mucho que ver.
La versión oficial cuenta que aquel maternopopulismo con el que Celia Villalobos se dirigía a los pobrecitos malagueños para explicarles las cosas más complicadas como si fuesen sencillas no terminó de cuajar en Madrid. Que en su etapa de ministra los listillos de la prensa y de la oposición no le perdonaron lo del puchero, ni tampoco después lo del candy crush. Pero yo no lo tengo tan claro. Sospecho que el mismo Pablo Casado que ahora le ha cerrado las puertas del Puerto muestra cual discípulo una especial destreza al hablar con un tono autoritario sin saber muy bien qué esta diciendo, aunque lamentablemente lo haga en una dirección que Villalobos ha rechazado hasta las últimas consecuencias. Y eso honra a la alcaldesa que amenazó con meter las apisonadoras en la calle Jaboneros. Se merecía Villalobos que el envite del Pacto de Toledo hubiese terminado de otra forma, pero nos queda el consuelo de que siempre se equivocan los otros. Hasta el Boletín de las Cortes.
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