SI los americanos presumen de Marilyn Monroe, nosotros debiéramos estar muy orgullosos de contar con una primera actriz tan, tan sexy como Victoria Vera, musa de la transición y, aún hoy, una impresionante mujer que continúa disfrutando del favor del público cada vez que se sube al escenario. Igual que la protagonista de Los caballeros las prefieren rubias, estoy convencido que Victoria, a cada golpe de pestaña, ha sido, es y será capaz de conseguir de los hombres aquello que se proponga, como bien demuestra en el argumento -que no les pienso desvelar por lo misterioso de la trama- de La decente.

Escrita por Miguel Mihura, la función supone el reencuentro con alguien que, en su trayectoria, ha ido alternando títulos clásicos con otros más contemporáneos desde que, y ya hace unos cuantos años de aquello, se asomara a la platea convertida en la Ana de El diario de Ana Frank. "He cambiado muy poquito", me explica con esa seductora y grave voz suya tan característica. "Aunque tenga más seguridad, sigo poniéndome nerviosa antes de empezar a actuar".

Sin ninguna serie ni película entre manos, "ya llegará", pronostica serena, este nuevo trabajo precisa una entrega diaria total, algo que no significa que no saque un ratito para tomar sus clases de pilates, leer, cenar con los amigos o incluso, si se tercia, asistir a algún espectáculo que le interese. Y es que ella, a estas alturas de su vida, puede permitirse, profesional y personalmente, el lujo de elegir hacer aquello que le apetece. Incluso no casarse, que para eso es una chica 'decentísima'. "No me he vendido nunca porque me parecía una falta de respeto a quienes han creído siempre en mí y eso que, en ocasiones, las tentaciones han sido muy grandes".

Victoria vale más por lo que calla que por lo que dice, siendo sus palabras -y la inteligencia de cómo las utiliza- otro motivo para admirarla. Lástima que, igual que con otros tantos grandes personajes, muchos aún no se hayan dado cuenta. Ellos se lo pierden.