CUANDO a Aznar le levantaron el infundio de que tenía una aventura con una famosa actriz de cine y teatro cuentan que Ana Botella tuvo una reacción fulminante y sincera. "¡Qué más quisiera él!", dijo. Ahora le han adjudicado la paternidad del hijo que espera la ministra francesa de Justicia y, mirándolos a él y a ella, todos hemos sentido la tentación de ser Botella. ¡Qué más quisiera él!

El problema es que el bulo que empareja a Aznar con la ministra Dati es un ciberbulo, un bulo surgido desde el anonimato que proporciona internet, la máquina de comunicación más poderosa, universal e instantánea que vieron los siglos. Su capacidad de difusión y arrastre es infinita. Se puede acceder a ella en todo el mundo y nadie está en condiciones de ignorar lo que la red suministra. Eso es lo que le otorga una influencia devastadora, para lo bueno y para lo malo.

No lo ignoran los medios habitualmente serios, conscientes de que entre las mil trolas que circulan por la red siempre puede colarse un auténtico notición (fue un blog desconocido el que destapó el caso de Mónica Lewinsky y Bill Clinton). Ni el propio José María Aznar, que se tomó tan en serio la calumnia de su exótica paternidad -mejor dicho: la amplificación destructora de la calumnia inicial- que sacó un comunicado oficial de su fundación para desmentirla, comunicado que, paradójicamente, sirvió para propagar más aún la patraña y, sobre todo, para que todo el mundo se hiciera eco de ella sin temor a querellas ni molestias.

Internet es un maravilloso instrumento de comunicación... y un peligro extraordinario para la verdad. Los periodistas digamos tradicionales no somos conscientes de hasta qué punto ha venido a cambiar las reglas del juego de la información. Ahora cualquiera puede comunicar cualquier cosa a todo el mundo en tiempo real y dispone de una audiencia potencial muy superior a la de el periódico más leído o la televisión más seguida. Y cuando digo cualquiera quiero decir exactamente cualquiera, incluyendo majaretas, intoxicadores, sicarios de los grupos de presión, resentidos con mala baba y tiempo libre, ociosos megalómanos, paranoicos e indocumentados.

Los medios tradicionales estamos inermes ante esta avalancha: con la credibilidad menguando, en crisis de subsistencia, mal formados, sustentadores a duras penas de una ética de la responsabilidad profesional con la veracidad y el rigor, anclados en las mismas premisas que hace veinte años y todavía incapacitados para articular una alternativa solvente a este secuestro de las nuevas tecnologías por el silencioso, anónimo y pertinaz ejército de la mentira que viaja por la Red.

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