PANORAMA SIN EL SILO

Francisco Peñalosa

El cielo por montera

PARA los que la arquitectura se divide en suelo, paredes y techo, la cubierta suele representar el papel protagonista de la obra. Aunque suceda que, a veces, las paredes se hacen techo y el suelo se sube por las paredes. Se acuerdan de la tienda nómada, el iglú, el palacio, la catedral y el auditorio, pero olvidan el círculo megalítico de Stomhenge, el teatro de Epidauro, el Coloseo romano o las pirámides mayas de Teotihuacan, en los que el cielo es la montera. Hay casos singulares, como el estadio Santiago Bernabéu -la catedral blanca-, donde la bóveda celeste que lo cubre se soporta con la insoportable levedad de las glorias deportivas merengues.

Desde que hace 10 años se desató la fiebre Guggenheim, el contagio se ha extendido como plaga por Egipto. Todos los políticos quieren cubrir algo con titanio. Ahora toca embovedar el Guadalmedina. Ese no río que, según dicen, parte en dos la ciudad. Pero resulta que cuando era río, no había ciudad. Llegó la ciudad y se secó el río. Lo suyo sería horadar con perforaciones a todo lo largo del cauce seco hasta que, con la ayuda de S. Ciriaco y Sta. Paula, mane agua bendita a chorros y el río vuelva a ser navegable, tal y como lo vadearon los fenicios hace 2.000 años.

Frente a la cubierta de los hombres, reivindiquemos el cobijo de los dioses. En la calle Larios, el cielo entolda un espacio escénico en el que actúan bronces desnudos, esculturas vivas, esculturales traseros, acordeones con rumano adherido a la trasera, procesiones, carnavales, ombligos piercingados y alguna dama-dama que saca a pasear su visón el solecito navideño. Es muy difícil encontrar esa riqueza de actividades mestizas bajo un tejado.

Si ustedes pasean por las calles Herrería del Rey o Esparteros, pueden comprobar como la vía pública se funde con la churrería Casa Aranda o con el restaurante El Rincón del Trillo, fraccionados entre locales del mismo negocio hostelero, conectados entre sí por un espacio híbrido que tiene el cielo por montera.

En Madrid, la baronesa Tita, que hace encaje de bolillos, resistente como calabrote de barco, ha comprendido que los mil metros del Paseo del Prado son el gran vestíbulo, con el cielo por montera, al que se abren los tres grandes museos capitalinos: Thyssen, Prado y Reina Sofía, y ha urdido una espectacular red de clorofila, en la que tiene atrapado al gallardo alcalde de la villa y corte.

¡Mileuristas depresivos, arriba los corazones! El artículo 47 de la Constitución os garantiza el derecho al techo. Nunca seréis unos sin techo, porque siempre podréis tener el cielo por montera.

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