De cínicos y fanáticos

El escéptico es quien cuestiona con sabiduría los fundamentos y perfecciona el armazón compartido

Como dice Amelia Valcárcel, y es opinión común, aunque la mayoría se aleja de tales extremos, un individuo puede estar en contra de las opiniones generales del mundo en el que ha tocado vivir, del mismo modo que otro puede extremarlas en total exageración. Ante el conjunto de convencimientos y creencias que regulan la vida y el comportamiento de los integrantes de un grupo social, cabe la posibilidad, y de hecho así ocurre siempre, que haya tanto quienes se oponen, como quienes llevan hasta el extremo esos convencimientos. Generalmente se llama cínicos (en un uso perverso del término, alejado del originario que tuvo en Grecia) a los primeros y fanáticos a los segundos. Cínicos y fanáticos cubren las fronteras y los confines de cualquier taxonomía colectiva, (es decir, en qué hay que creer y cómo hay que comportarse). Unos y otros, los dos, marcan el territorio fuera del cual ya no cabe decir que se es miembro de esa comunidad.

El cínico considera que todo el andamiaje ideológico y de valores preconizados como los auténticamente válidos no tiene sentido y a muchos de sus preceptos les falta solidez y coherencia para ello. El fanático, por el contrario, está convencido de que no hay sombra ni mancha "en el mundo valorativo y normativo" dominante y, en ocasiones, es tal su entrega a esos principios que se atribuye a sí mismo la obligación de velar constantemente por su pureza tratando, incluso, de reforzarlos cada vez más y más. Naturalmente, junto a estas dos posiciones en la frontera, caben otras diversas con las que uno se topa cada día: El hipócrita, que simula creer; el demoledor, que maneja el palo para romper la creencia; el mentiroso, que trastoca la realidad; o el que ejerce el disimulo… Y el escéptico que, a diferencia de las otras maldades, es quien cuestiona con sabiduría los fundamentos y perfecciona de esa forma el armazón compartido. Naturalmente, dentro de cada una de esas actitudes hay grados y categorías. Para mucha gente encajarse en el conjunto de convicciones y certidumbres, y reglas de comportamiento resulta una dura dificultad. Porque, mientras hay personas a las que la vida le ha llevado con docilidad por la senda impuesta (yo he sido siempre muy decente, nunca he tenido juventud, que decía aquel personaje de La Codorniz), otras tienen sus dudas y vacilaciones. Pero las dos extremosas son las que rompen la comunidad. De ahí, el peligro.

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