Cuando las ciudades se refugian en los pueblos

El conformismo que suele impregnar a la sociedad malagueña facilita que lidere los malos datos en las crisis

Mañana Málaga acude a una feria mundial de turismo, sin turismo. Una feria de añoranzas. La de los más de 9 millones de visitantes que este año no vendrán. La del 80% de los viajeros británicos que no cruzaron al Continente para refugiarse en la Costa del Sol. Las de los diez mil millones de euros que han desajustado un Producto Interior Bruto que caerá, en el peor de los escenarios, en más de un 15% en la provincia.

"Ruina", "año desastroso" resumen los responsables del sector. Así que el objetivo de la presencia en la World Travel Market de Londres es mandar el mensaje de que seguiremos ahí, para cuando alguna vez puedan regresar. Y en el trasfondo esa señal resulta descorazonadora. Acudimos a los responsables públicos para que nos transmitan pomposas y vacuas declaraciones que no figurarían ni en los libros de autoayuda. Para sentirnos eufóricos cuando prometen desde los púlpitos de sus cargos que cuando todo vuelva a la normalidad seguiremos siendo los mejores. ¡Qué subidón de moral!

La lección que se extrae es que nuestra única opción pasa por esperar y resistir. Aceptar nuestro sino y resignarnos. En el futuro la capacidad de aguante será recompensada. ¿Pero cómo se alcanza esa meta llamada futuro, aunque en el mejor de los casos luzca el cercano apellido de 2022 o 2023? Con los estragos ya causados y la lentitud con la que, salvo milagro, se asomará la recuperación, si las vacunas consiguen inmunizar a la mayor parte de Europa, dudo que puedan abonarse sueldos durante una buena temporada superiores a mil euros, por ser optimismo. Muy pobres por muchos ricos que nos rodeen.

Este conformismo que suele impregnar a la sociedad malagueña, con la inestimable ayuda de muchos medios de comunicación, ayuda a que Málaga encabece los peores datos de empleo en todas las crisis. La felicidad por residir en un lugar a todas luces idílico no sirve para llenar los estómagos.

La primera ola de la pandemia nos dibujó una provincia atacada por el virus en las áreas con más alta densidad de población. La fórmula para eliminar riesgos era huir de la masificación de los paseos marítimos, como si fuera un virus nativo de las ciudades, y refugiarnos en el campo. Ahora tenemos la Vega de Antequera confinada. El Borge, Periana, Almáchar y un suma y sigue en la Axarquía de demandas de pruebas de cribado para determinar el alcance de los contagios. En Ronda, igual. En el interior el Covid ya no es cosa del telediario. Los alcaldes temen la llegada de urbanitas de fin de semana. En otras circunstancias sería una bendición para recuperar la economía y la vida de unas zonas rurales muy olvidadas. Pero en realidad se muestran frágiles y acumulan los riesgos. Igual no sería mala idea ensayar con ellas los corredores seguros.

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