Postales desde el filo

José Asenjo

El cliente nunca tiene razón

EL director del IESA -el Instituto que elaboró la encuesta que situaba hace algunas semanas al PP andaluz ligeramente por delante del PSOE- al ser preguntado en una reciente entrevista publicada en el Málaga Hoy "qué mensaje de treinta segundos les recomendaría a Griñán o Arenas para que fuese escuchado por los andaluces", respondía: recuperar la cultura del esfuerzo. Si los líderes políticos sólo saben vender esperanzas, muy probablemente sea porque desconocen la nueva cultura de la oferta comercial. La tradición decía que el cliente siempre tenía la razón. Ahora las más exitosas tácticas de marketing van dirigidas exclusivamente a la captación de nuevos usuarios, las grandes compañías lanzan tentadoras ofertas al alcance de cualquiera menos de sus propios clientes. De tal forma que un abonado con años de antigüedad puede pagar por los mismos servicios de telefonía hasta el doble que un nuevo usuario. Y al primero sólo le quedará aceptar sentirse estafado o poner a prueba su capacidad de resistencia aventurándose a cambiar de marca.

Aunque no sea lo mismo captar votos que abonados de teléfono, el marketing político imita al comercial utilizando similares técnicas para lanzar un líder político o para sacar al mercado una nueva bebida isotónica. No debería resultar extraño que los partidos interiorizasen el principio básico de las nuevas estrategias de venta: el cliente nunca tiene razón. En la práctica política, en cambio, los mensajes se dirigen fundamentalmente a halagar el oído de unos seguidores que sienten tanta identificación con los suyos como odio a los adversarios, mejor dicho, enemigos. De ahí la simpleza conceptual tan frecuente en los discursos de los dirigentes de los partidos o sus clones en las tertulias radiofónicas. Como todo esto carece de sentido, más temprano que tarde, se darán cuenta de que el verdadero éxito está en tratar como adultos a los votantes y en superar el complejo de Peter Pan para devolver la política al territorio de la realidad. Evitando también la tentación de huir de la complejidad para reducir los acontecimientos a un relato de buenos y malos.

Como por ejemplo, contar a la ciudadanía que, aunque las causas de la actual crisis se gestaron en los mercados y que, sin lugar a dudas, son los malos de la película, tendremos muy a pesar nuestro que rendirnos a ellos para que nos financien el déficit, sabiendo que cuanta más deuda acumulemos, mayor será nuestra dependencia y más deberemos someternos a su juicio y doblegarnos a sus criterios. O, simplemente, decir una verdad tan sencilla como que la mejor defensa del estado de bienestar es tener una economía dinámica, competitiva y saneada: el mayor obstáculo a las políticas solidarias e igualitaristas es el de la capacidad del país para financiarlas. Y, finalmente, aunque sólo sea porque la verdad nunca defrauda. Son las falsas promesas las culpables del hastío ciudadano hacia la política.

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