Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

El color del dinero

En tres segundos, o cuatro, quienes antes eran pobres o pasaban penurias se han convertido en millonarios

En el parque, bajo el primer sol, la vida sigue su curso apartada de la letanía de los números del 22 de diciembre. Sólo unos pocos afortunados -que aún no lo son en ese preciso instante- están, lógicamente sin saberlo e incluso sin esperarlo, a muy pocas horas de ver cómo su vida cambia para siempre: de la agonía financiera, de la penuria económica, de la ruina moral y hasta física, sin oficio ni beneficio, de no tener dónde caerse muertos van a pasar a millonarios. Cinco números y ya está. La ley de la gravedad, puede que algo de fuerza centrífuga y para algunos la intervención de su advocación favorita o el influjo de alguna superstición positiva se congraciarán entre sí y confluirán para que la bola con su número y sólo con su número, ese y no otro, descienda y caiga por el canalillo del bombo y llegue a manos del cantor, y ese número en esa bola coincidirá con la cantidad de dinero impresa en la otra bola que ya sostiene su compañero. Y ya está. Ya ha ocurrido. Hay una explosión de júbilo, hay risas y hay lágrimas, hay abrazos y hay besos y hay brindis y el champán y el vino se derraman y esparcen.

Y hay vértigo. Por asomarse a algo ignoto y cegador. Ha ocurrido en muy pocos segundos, tres o cuatro. Un momento fugaz. El reverso de lo que solemos denominar un accidente. Amable, pero accidente al fin. Algo inesperado que lo transforma todo. Y sin instrucciones de antemano que preparen a los agraciados. La mayoría no han sido criados en la opulencia, la cultura del dinero ha estado reservada desde el origen de los tiempos a la élite que lo inventó como un dios pagano al que adorar y a cuya obligatoria veneración nos conminan sus sacerdotes, con su liturgia de Préstamo y Usura. Andan prestos, con sus estilográficas afiladas para sacar tajada enmarcando la rúbrica de la felicidad ajena en un contrato, ya desde ese momento que antecede al Gran Instante en el que el tiempo quedará como en suspenso o congelado antes de que estalle una vez que caiga la bola y un niño cante el número y el otro la cantidad descomunal, mágica, y quienes hace tres segundos o cuatro eran pobres o tenían deudas o pasaban aprietos son ya millonarios. Y dirán a las cámaras que no, que siguen siendo los mismos y seguirán siendo los de siempre. Pero no es verdad, ya son otros muy distintos a los de antes de que los niños cantaran su número. Tienen otro color, el del dinero.

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