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¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

La compañía del PSOE

Lo importante no es estar acompañado por políticos profesionales, sino por los votos de ciudadanos anónimos

Teresa Jordà y Gabriel Rufián.

Teresa Jordà y Gabriel Rufián. / EFE

LOS altavoces del Gobierno de progreso y de la diversidad plurinacional no paran de repetir lo de la “soledad del PP con la ultraderecha”, intentando ejercer una especie de bullying político cuya finalidad es la desmoralización del adversario. En fin, no hay nada más cansino que un tertuliano agarrado a su argumento por mucho que éste se hunda con la inevitabilidad de una viga de hierro en el mar. Hablar de la soledad de un partido que ha sido el más votado en las elecciones, que ha contado con más de ocho millones de sufragios (más de once si contamos los de Vox), que gobierna en 13 autonomías (10 más que el PSOE) y en un elevadísimo número de ayuntamientos, que tiene mayoría absoluta en el Senado, que conecta con la sociedad española de manera indiscutible en cuestiones como su oposición a la ley de amnistía... hablar de soledad, como decíamos, de un partido así es, sencillamente, hacer el ridículo.

¿Y los socialistas? Hay un chiste antijesuita –imagino que urdido por los dominicos– que resulta muy a propósito para definir lo bien acompañado que está el PSOE. No les aburriré con el desarrollo del mismo. Iré directamente al aguijón final, cuando el Niño Dios mira a un lado y a otro, ve a la mula y al buey, y afirma: “¿es esta la compañía de Jesús?”. Lo mismo podemos decir del Gobierno de Pedro Sánchez, cuando observamos desfilar por la tribuna del Parlamento a los portavoces de los partidos que lo apoyan: Gabriel Rufián, Enrique Santiago, Marta Lois, Mertxe Aizpurua... (cualquiera de ellos, eso sí, más dignos que el socialista Óscar Puente, el eslabón perdido entre el parlamentario y el hombre de Atapuerca). ¿Es esa la compañía del PSOE? A su lado, la mula y el buey del pesebre son doctores de la Iglesia.

Los socialistas presumen de haber formado un frente amplio que, en realidad, no es más que una rebujina de pequeños partidos narcisistas con querellas internas propias de una ciudad-estado renacentista. Rebujina es, desde luego, Sumar, a punto de saltar por los aires por las disputas de su multicolor cúpula con Podemos. Sólo son capaces de ponerse de acuerdo para la toma del poder y el reparto de sillones, pero ni un paso más. Poco bueno puede salir de ahí, más allá de algunos guiños efectistas como la balcanización idiomática del Parlamento.

Feijóo apenas tiene el alivio de Santiago Abascal (por cierto, aunque no esté bien decirlo, uno de los parlamentarios más correctos y educados de la cámara), pero su soledad de don Tancredo, entre tanto confeti político, es una garantía de fortaleza, por muy paradójico que parezca. Con los otros, los de la conga multicolor y diversa, no sabemos muy bien a dónde vamos. Sencillamente porque ellos tampoco lo saben.

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