la ciudad y los días

Carlos Colón

Las cosas más hermosas

LA noche del domingo estuvimos 15.481.000 de espectadores sentados ante los plasmas y los venerables televisores de tubo que sobreviven como dinosaurios aún no alcanzados por la glaciación de la alta definición, o estuvieron brincando en las plazas, calles y bares de toda España en las que se habían instalado pantallas gigantes, disfrutando de un acontecimiento deportivo histórico. Ayer por la mañana la crisis seguía su curso, el paro no había disminuido y el euro continuaba tambaleándose. ¿Y qué? Oímos a Bach o a Ella Fitzgerald, leemos a Cervantes o a Proust, vemos películas de Renoir o de Ford, contemplamos cuadros de Velázquez o de Matisse… Y las cosas, en lo exterior, no cambian. Hacemos el amor, oímos la respiración y sentimos la indefensa tibieza del niño que se nos ha dormido entre los brazos, besamos la frente de nuestros padres ancianos, vemos crecer a nuestros hijos… Y las cosas, en lo exterior, no cambian. Las cosas más hermosas de la vida, las que más nos hacen disfrutar o más nos emocionan, no son capaces de enmendar crisis, dar trabajo o estabilizar el euro. Sólo nos hacen un poco o mucho más felices. Y basta.

La tarde del domingo del partido dos cadenas emitieron en paralelo dos obras maestras de Frank Capra que tratan de la felicidad, Horizontes perdidos y ¡Qué bello es vivir! La primera se estrenó en 1937 y la segunda en 1946, dos años antes y uno después de la Segunda Guerra Mundial. Entre una y otra murieron 54 millones de militares y civiles en el frente o bajo los bombardeos y fueron exterminados seis millones de judíos. Ni la primera, con su llamada al ideal de paz y sabiduría de Shangri-La que fascinó a millones de espectadores -entre ellos a Roosevelt, que bautizó en 1942 con este nombre la nueva residencia presidencial hoy conocida como Camp David-, logró impedir la guerra; ni la segunda, con su conmovedor y sincero canto a la importancia de cada vida, aunque sea la de un fracasado habitante del pueblecito de Bedford Falls, logró devolver a sus familias ni uno solo de los más de 60 millones de muertos. Pero ambas, además de obras maestras del cine, representaron tan perfectamente una aspiración a la paz y la felicidad que tantos años después siguen emocionando.

No se reproche, pues, al partido del domingo ser un pan y circo que emociona, divierte y provoca euforia sin cambiar las cosas, suspendiendo por un momento el peso de la realidad. Amor, arte, deporte, literatura, cine… En sus distintos y no opuestos niveles cumplen la hermosa y famosa definición de Cesare Pavese que tantas veces he citado: "La literatura es una defensa contra las ofensas de la vida".

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