RELOJ DE SOL

Joaquín Pérez-Azaústre

La costumbre española

RAJOY tiene la furia del converso, quiere convencer a su partido de que es más de derechas que Zaplana, Aznar y Acebes juntos, con o sin Botella de por medio, que también es bastante de derechas. A pesar de los nombres referidos, la derecha en sí misma, como forma constante o medular de equilibrar la sociedad en progreso, es fuerza medida y necesaria en el contrapeso público. Sin embargo, uno de los males del PP es su pavor cierto a admitir que es derecha, a pesar de que ahora la frecuenta de modos muy diversos, y por eso se dicen que son centro, cuando en realidad son derecha, y ahora más que nunca sin Gallardón y Piqué. A uno le parece bien que la derecha sea derecha, pero debe ser también libre para reconocerse a sí misma; la derecha, por contra, es expresión prohibida en un PP. Rajoy se siente sólo en el partido y ha dejado atrás a Gallardón, que fue importante un día en ese plan primero de Rajoy: sanear los bajos fondos del PP, hablando de autocrítica, lo que no pudo ser. Quizá por eso ahora amenaza Rajoy con el contrato de integración a los extranjeros en España: para mostrar a todos en su casa que es más de derechas que los más de derechas del PP.

Este contrato de integración con valor jurídico que propone Rajoy se basa en resaltar lo obvio, y en añadir torpezas aledañas que tienen mucha gracia, la verdad, sobre todo lo referido a "la costumbre española". Rajoy, experto en inventarse lo evidente, proclama lo que ya está contemplado en el Reglamento de la Ley de Extranjería, y argumenta que, si él gana, los inmigrantes deberán asumir la "prohibición española de la ablación del clítoris", además de "la igualdad de sexos", como si en España, hoy, fuera legal la ablación o la igualdad no fuera un derecho en ejercicio.

Pero el ditirambo de Rajoy en su viaje sin freno a la vieja derecha cavernaria, a la medida carca por lo carca en un descubrimiento de lo obvio, habla de "la higiene" como algo que deberá incorporar también el inmigrante, como si la higiene tuviera denominación de origen, y por supuesto española, y los inmigrantes fueran, por sistema, harapientos de hedores pestilentes. Quiere Rajoy que el inmigrante adopte la costumbre patria, con lo que el extranjero deberá lanzar, al principio quizá con titubeo, ese salivazo matutino lleno de asperezas visionarias, muy de mascar tabaco ante los moros antes de inmolarse en Anual o repartiendo café entre el rojerío; los inmigrantes masculinos deberán aprender, de manera directa y radical, que picha española nunca mea sola, y a gritar en los bares y en el tren si reciben llamadas en el móvil. Rajoy gira a Le Pen españolista. ¿Le abrazarán por fin en su partido?

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