calle larios

Pablo Bujalance

Habrá que creérselo

El 'Financial Times' dice que Málaga es una plaza fabulosa y que nos conviene dejar a un lado las lamentaciones Y a lo mejor va siendo hora de comprar aquello de la Ciudad del Paraíso ¿O no?

FUE Perico Ramírez, el guitarrista de Tabletom, quien me brindó la mejor definición del carácter local: "El malagueño sabe que todo es un desastre, pero también sabe que no merece la pena mover un dedo para cambiarlo". Según este criterio nihilista, Málaga es el mejor escenario posible para una representación de Fin de partida de Samuel Beckett, algo de lo que un servidor está convencido desde la primera vez que leyó la obra. Ahora, tal y como recogió mi compañera Victoria Bayona en este periódico hace unos días, el Financial Times acaba de publicar un interesante artículo sobre el desarrollo de Málaga en los últimos diez años, tras la apertura del Museo Picasso. Y la conclusión del artículo es que Málaga es una ciudad excelente, altamente recomendable para turistas de todo el mundo. Al mismo tiempo, la periodista se hace eco de ciertos comentarios, vertidos tanto por directores de museos como por guías y otros profesionales, que delatan de algún modo una conciencia de inferioridad: Málaga se vende diciendo de sí misma que le faltan muchas cosas pero que, a pesar de todo, no está mal. Y la periodista corrige: no es que no esté mal, es que está muy bien. Y dice textualmente: "Los malagueños deberían dejar de lamentarse. Lo que yo encontré fue una ciudad muy bonita". Es decir, que la leyenda del desastre es rigurosamente falsa. Y que los últimos diez años han demostrado que sí merece la pena mover un dedo, y hasta dos. Ante un diagnóstico semejante, claro, uno sólo puede ponerse contento. Casi siempre se suele conceder más crédito a los análisis externos que los que proveen los expertos de andar por casa, así que, en consecuencia, no quedarían excusas para terminar de creerse que sí, que Málaga es la repanocha. Hace unos días, en una tertulia televisiva matinal a cuenta del lío de las becas Erasmus, otra periodista llamaba la atención sobre el hecho de que Andalucía es la región europea que más estudiantes Erasmus recibe, y señaló expresamente a la Universidad de Málaga para decir acto seguido: "Ya sabemos por qué los estudiantes europeos quieren ir a estudiar allí". Y daban ganas de responder: pues sí, oiga, aquí tenemos trescientos días de buen tiempo al año, y si yo fuera estudiante también lo tendría en cuenta a la hora de irme de mi casa. Ocurre que en la UMA también se llevan a cabo, todavía (fíjese, a estas alturas), algunos proyectos de investigación interesantes. Y que su profesorado es de una calidad notable, aunque a menudo tenga que luchar contra un muro. Pero vaya, que si se trata del calorcito, pues bienvenido sea. El Financial Times no ha venido a hacernos caer del guindo: ya sabemos que en Málaga hay museos excelentes y bares de tapas fabulosos. Y que el desarrollo cultural, urbanístico y turístico de la ciudad en los últimos diez años ha sido espléndido. Pero la cuestión, tal vez, es otra.

Al artículo del Financial Times en cuestión se le podría achacar poco rigor. A mí me encantaría que mi periódico me enviara a una ciudad como Málaga a ver museos y a ponerme púo de gambas rebozadas en el Wendy Gamba y de helados en Huelin. Pero si a la redactora le hubiera dado tan sólo por torcer la esquina de la Casa Natal de Picasso y avanzar cien metros hasta Huerto del Conde y Lagunillas, habría encontrado un paisaje muy distinto. Ya sé que todas las ciudades tienen sus escaparates y sus trastiendas, y que cuando uno escribe estas cosas asume el papel de aguafiestas (cuando ciertos concejales se quejan de que algunos nunca están contentos con nada, sospecho que me incluyen en el lote). Así que conviene explicarse.

Una cosa es promocionar la ciudad de la mejor manera posible para que vengan muchos turistas a dejarse los cuartos y otra convencer a los malagueños que no pueden darse todo el día el capricho de comer gambas rebozadas de que viven en la Ciudad del Paraíso (Octavio Paz le dio a Vicente Aleixandre una réplica de órdago: la contaré otro día). En los últimos diez años, ciertamente, se ha avanzado mucho. También se han cometido algunas tropelías, como lo de Tabacalera, o la instalación del Museo Revello de Toro en la casa taller de Pedro de Mena. Yo, que amo esta ciudad, celebro sobre todo los éxitos menores, los menos promocionados, los más independientes y artesanos, sobre todo en materia cultural, por más que los éxitos mayores sean los que tiren del carro (es lo que se espera de ellos, por otra parte). Es verdad que el carácter malagueño debería ser otro, y que los complejos deberían brillar por su ausencia. Pero también lo es que si nos dedicamos sólo a celebrar lo bonito que está el escaparate, nunca terminaremos de arreglar la trastienda; y, con un patrimonio esquilmado, la trastienda es mucha. ¿O acaso terminaremos hablando de dos Málagas, una para visitantes, con sus bares y museos, y otra para nativos, con sus solares?

Amar algo significa amarlo en su totalidad. Y hasta reconocer que no siempre funciona. Si el clavo ardiendo del turismo nos va a impedir poner sobre la mesa todo lo que queda por arreglar, el precio a pagar podría ser demasiado alto. El derrotismo es dañino, pero también lo es el entusiasmo ingenuo. Málaga merecería ser una sola. Con sus escaparates y sus trastiendas, sí: pero ambos merecedores de quienes los habitan.

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