La crisis de la crispación

No es difícil explicarse las causas del grado de crispación política que la sociedad española padece

Hasta la llegada al Gobierno de Pedro Sánchez las crisis ministeriales se sometían a una liturgia inevitable. Primero se filtraba el rumor de posibles cambios, que corría como la pólvora entre políticos y periodistas y comenzaban así las inevitables quinielas que, a decir verdad, interesaban a las personas concernidas y a los muy cafeteros. Producida la crisis, los políticos y comentaristas manifestaban el acierto de sus pronósticos o la sorpresa por los cambios producidos. Por su parte, el Gobierno argumentaba que las nuevas incorporaciones se debían a la conveniente renovación y a la necesidad de afrontar nuevos retos, mientras que la oposición, cumpliendo su papel, hablaba de cambios insuficientes y que eran los mismos perros con distintos collares. En todas las crisis que en este país han sido siempre se cesaron a colaboradores importantes, se prescindió de ministros señalados o se reemplazó a inseparables compañeros de partido. La lista de notorios políticos sometidos al trance del cese ministerial es amplia, y con frecuencia estos cambios han producido sorpresa o enfado entre algunas de las personas afectadas El final siempre culminó con la tradicional foto en las escalinatas del atrio del palacio de la Moncloa.

De este ritual ha participado en gran medida la crisis ministerial conocida la semana pasada, pero hay actitudes que han pretendido diferenciarla. La decisión del presidente del Gobierno de remodelar su gabinete, hecho habitual en cualquier democracia europea, ha suscitado en la oposición política y mediática una desaforada reacción difícilmente justificable. En la permanente actitud de descalificación absoluta la remodelación les ha servido para calificarla de escabechina y a su autor de sicópata, mala persona, maniobrero, traidor, tipo poco fiable y ventajista del poder. Esa ha sido la reacción sensata y serena con la que la derecha ha acogido la crisis ministerial; imposible encontrar antecedentes de este calibre. En su arrebato de deslegitimación y ataque personal, en el paroxismo infantil del insulto precipitado y sin sentido, en el caca-culo-pedo-pis, Pablo Casado ha ido más allá y ha criticado los nombramientos por ser a dedo, sin concurso ni sorteo previo, con lo que por lo visto el jefe de la oposición ha descubierto esta semana una prerrogativa constitucional de cualquier presidente. Vista esta actitud no es difícil explicarse las causas del grado de crispación política que la sociedad española padece.

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