calle larios

Pablo Bujalance

La otra crisis

ASEGURA el Gobierno, otra vez, que este año España comenzará a salir de la crisis. No sé qué indicadores seguirán los tecnócratas para comprobar la validez de tales predicciones: yo desconfío de cualquiera que no sea la tasa del paro. Pero existen efectos duraderos que apenas se tienen en cuenta hoy y que sin embargo constituirán, con mucho, el atraso más grave e insalvable propiciado por esta decadencia. El primero de todos es el desplome de la calidad de la educación. A la ya tradicional legión de alumnos inadaptados, profesores depresivos y leyes basadas en criterios tan especulativos como la psicología evolutiva se suma una absoluta falta de horizontes. Si la ética del esfuerzo ocupaba desde antaño el lugar de la quimera, ahora que la compensación a décadas de estudio parece tan improbable como el éxito en la lotería la tentación de darlo todo por perdido cobra especial vigor. Sin embargo, lo peor de esta otra crisis (silenciada, no evaluada, pero de consecuencias aún más devastadoras que la económica) no es el alto número de fracasos y abandonos escolares, sino la celeridad que muestra a la hora de minar las ilusiones y el empeño de los docentes que cada día ponen todo el coraje en hacer su trabajo sin medios suficientes, con una administración burocrática dispuesta a jugar siempre en su contra y obligados a asumir tareas y responsabilidades que no sólo no les corresponden sino que además les restan eficacia a la hora de hacer aquello que les compete, enseñar; así como de los estudiantes que perciben cómo su formación es cada vez más débil, menos competitiva y más improvisada, por lo que sospechan que tendrán que llamar a muchas más puertas de las previstas, a menudo ingratas, para buscarse la vida. Toda esta pérdida de talento derrochado por una desidia impropia de una civilización moderna habrá que pagarla, y cara. De modo que sí, es posible que este año España empiece a salir de la crisis. Pero a ver quién nos prepara para la que vendrá después.

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