La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

La cruz ofende

Prosigue la construcción de una Europa globalmente incolora, consumistamente inodora y culturalmente insípida

El Palacio Real de Berlín tiene una historia tormentosa. Se construyó, reconstruyó y amplió del siglo XV al XVIII y se remató en el XIX con la gran cúpula que estos días protagoniza una extravagante y reveladora polémica. La historia del palacio rebosa extravagantes arbitrariedades políticas. Los nazis le dieron de lado por recordar la "vieja" Alemania humillada en Versalles. Sufrió graves daños durante la Segunda Guerra Mundial. Ubicado en el Berlín Oriental, las autoridades comunistas decidieron demolerlo -destrucción de un símbolo monárquico e imperial- para construir sobre su solar el Palacio del Pueblo -construcción de un símbolo comunista en el que se ubicaba la Cámara del Pueblo- no exento de cierto brutal interés arquitectónico.

Tras la caída del muro y la reunificación se procedió a su demolición -destrucción de un símbolo comunista- para reconstruir sobre su solar el Palacio Real -símbolo de la Alemania y el Berlín anteriores al nazismo y el comunismo- iniciándose las obras en 2013. Terminadas el año pasado quedaba ultimar la cúpula. Y aquí de lo extravagante se pasa a lo revelador.

El sólo exteriormente reconstruido palacio, porque es una fachada cáscara que alberga un interior moderno, es la sede del Foro Humboldt que agrupa museos, bibliotecas y espacios culturales varios.

Sobre la cúpula se ha restituido la gran cruz dorada que remataba la original y en su tambor, en grandes caracteres, se ha reproducido la cita de San Pablo elegida por Guillermo IV cuando se construyó: "Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre". Lo revelador de los aires que corren por Europa es que la cruz y la frase paulina -que estaban en la cúpula original- han suscitado una encendida polémica que las ha tildado de "fantasías cristianas de sumisión", "símbolos inapropiados para un lugar de debate democrático abierto al mundo" y "restauración del simbolismo monárquico y cristiano".

Proponiéndose su sustitución por "una declaración duradera, positiva y contemporánea" con fragmentos de la Constitución alemana y la Declaración de Derechos Humanos.

Al igual que felicitar o siquiera nombrar la Navidad, la cruz y la frase paulina agreden y ofenden. Prosigue la construcción de una Europa globalmente incolora, consumistamente inodora y culturalmente insípida.

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