Siempre he sentido mucha curiosidad por el proceso de elaboración de un libro de texto desde el punto de vista editorial. Ver cómo nace una herramienta vital para empezar a modelar las mentes del estudiante. Quiénes y cómo participan en el proyecto de transformar en palabras e imágenes la última revisión de la ley educativa de turno. Cómo se censuran determinadas materias o enfoques. Cuánto dura el proceso. Por qué en la junta directiva de la ANELE, la asociación que coordina todo ese proceso, hay nueve hombres y ninguna mujer. Y se me redobla aún más pensando en todas esas preguntas referidas al futuro, cuando se compongan los libros que hablen del Covidismo Ilustrado que nos rige en la actualidad.

Y nos gobierna no solo por vivir estos tiempos pandémicos, sino porque somos incapaces de escupir la conversación del día a día. Mejor dicho, de encontrar mecanismos alternativos, porque es inevitable que marque nuestro entorno cercano. Y justo en ese preciso instante, llamadme friqui, me acaba de venir una frase de Albus Dumbledore al relato: "Oscuros y difíciles tiempos nos aguardan. Pronto deberemos elegir entre lo que es correcto y lo que es fácil". Lo fácil es dejarse llevar por la otra pandemia, la del pánico. Cuesta no hacerlo si a diario estás devorando fríos números de telediario encerrados en gráficas con más sensacionalismo que análisis. Lo fácil es seguir cursando la carrera de Todología, que, claro, los que llevan un año y pico especializándose en el grado de Epidemiólogos de Garrafa no van a dejarlo ahora. Lo fácil es ver la cepa de Ómicron desde su vertiente altamente contagiosa y no desde su menor letalidad.

Lo correcto, por suerte, ofrece otros caminos. Como el de recordar que el elevado grado de vacunación está aplacando los ingresos, los días de militancia en la UCI y la tasa de mortandad. O no olvidar cómo funcionan los virus en la guardería y que la inmunidad de rebaño está cada vez más cerca. Lo correcto es instar desde aquí a todos a llevar mascarilla, a ser prudente, a evitar tumultos. Pero también a hacer un llamamiento a la cordura para no caer en comportamientos psicóticos ni a encierros en la mente.

Un año después de este suplicio, quizá ha llegado la hora de inocularse la cuarta dosis. La del sentido común. La de conjugar la responsabilidad con conversaciones que nos rescaten del monotema. De disfrutar los placeres sencillos ahora que los multitudinarios son focos de peligro. De no mirar mal al que tose porque mañana lo puedes hacer tú. De no gastar recursos en antígenos compulsivos porque el miedo mande sobre los síntomas. De que tanta víctima nos tiene que llevar a disfrutar más a diario de nuestra gente. De huir de esos amigos que tanto saben de política y virus y compartir más charla con los que transmiten sus ganas de vivir y que ejercen como nuestros adorados sanitarios, pero curando almas y mentes.

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