La esquina

José Aguilar

jaguilar@grupojoly.com

La culpa es nuestra

Hace falta ser ingenuos para creer que cuando volcamos nuestras vidas en la red social nadie las va a usar para mal

Veo mucha hipocresía y mucha maniobra autoexculpatoria en las reacciones institucionales y personales al escándalo de los 87 millones de usuarios de Facebook cuyos datos han sido utilizados por una compañía británica para influir en las elecciones norteamericanas de 2016 -sí, sí, las de Trump- y podrían ser utilizados para cien cosas más, casi todas peligrosas o espurias.

Mark Zuckerberg, el genio en camiseta que fundó la red social más potente del mundo (Facebook, 2.200 millones de usuarios), ha tenido que comparecer en las dos cámaras del Congreso de Estados Unidos y allí ha reconocido que su compañía no ha protegido del todo la privacidad de sus clientes y ha asumido la necesidad de una regulación más estricta del funcionamiento de su red.

Vale, será positivo lo que se haga, pero hay que ser muy ingenuo para sorprenderse de que pase lo que está pasando: que todo lo que volcamos en cualquier red social (nuestras fotos, comentarios, gustos, viajes, lecturas, ideas, compras...) pasa a ser de dominio público. Socializamos lo que somos, nuestra vida, de manera completamente voluntaria, de modo que no podemos escandalizarnos si alguien lo utiliza en su beneficio. ¿Qué pensábamos? ¿Que Facebook es una organización humanitaria y altruista, nacida sólo para conectar a la humanidad y acercar a las personas? Como es lógico, comercia con los datos que ponemos en su escaparate. Quien se los compra o alquila puede ser agente de viajes, gigante de la distribución comercial, consultora multidisciplinar o sociedad para la manipulación política. No son hermanitas de la Caridad, sino negociantes de los datos que les proporcionamos. Sólo con clicar el "me gusta", chatear sobre una película o replicar a un bloguero ya estamos indicando urbi et orbi qué nos interesa, cómo pensamos y, así pues, cómo ejercer influencia del tipo que sea sobre nosotros. Para que compremos algo o para que votemos a alguien.

Para completar el cuadro, me llegó hace poco un informe tremebundo con una conclusión anonadante: la gente suele conceder más credibilidad a las noticias falsas que a las verdaderas si las primeras y hace que se difundan más y mejor. Si a la vanidad y afán de notoriedad que se esconde tantas veces en el uso constante de las redes sociales se une esta afición generalizada a las teorías conspiranoicas, dan ganas de meterse bajo la almohada.

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