RELOJ DE SOL

Joaquín Pérez-Azaústre

El debate de Bardem

BARDEM, con su mirada tosca, embravecida, de bruto contenido en los matices, de bestia corajuda henchida sobre una furia humana, ya ha ganado el debate. Independientemente del Oscar, Javier Bardem ya ha ganado el debate de los hechos a una facción de la derecha española que es mucho más tosca, que ha andado embravecida, que ha sido muy bruta y sin matices, mucho más que el mismísimo Bardem. Durante mucho tiempo, ha habido una campaña desde ciertos medios muy cercanos al núcleo más oscuro no ya del Partido Popular, sino de una derecha española que en su día no se aupó, realmente, al carro volador, de arcángeles y fuego, de cambio muy profundo, atractivo y atlético que personificó Adolfo Suárez. Esa derecha parda, camuflada tras el cambio de régimen y normas, de espíritu vital de la Constitución, esa derecha oscura, timorata, que se nombra a sí misma como centro pero que no es el centro real que queremos que exista en el PP, se ha subido a los hombros voraces de Bardem para señalarlo en la difamación, en el agravio múltiple, únicamente porque Javier Bardem, como la mayoría de los españoles, se manifestó contra aquella invasión.

Javier Bardem puede caernos bien, mal o rematadamente mal. Su potencia expresiva tiene algo de animal, quizá depredador, en un principio romo y sin pulir, que ahora se ha ceñido en las aristas de una interpretación sutil y hermosa, como hizo con el personaje de Reinaldo Arenas, el poeta cubano que no vio anochecer su luz primera, y ahora casi ha invertido, dotándose de plástica frialdad, en No es país para viejos. A menudo es muy borde con la prensa, como si fuera a embestir como un cabestro cuando sale de un bar con las copas encima de la noche y se encuentra con flashes a destiempo, tratando de ocultar su compañía. Baila como un poseso, y una vez rompió la nariz de una modelo que cometió el error de acercarse demasiado a Bardem cuando estaba inmerso, en plena noche disco, en su baile interior, desaforado. Bardem, desaforado, debe ser un peso pesado sin correas, una mole acaso liberada en el fragor de sí mismo.

Pero Bardem, finalmente, ha ganado el pulso que le echó a una facción de la extrema derecha española, y esto es algo que debemos reseñar hoy, el día del debate. Ahora, toda esa estrategia informativa que en su día trató de hundir a Bardem tendrá que hacerle la ola, y esto es algo que a Bardem le importará bastante poco, pero resulta divertido como espectáculo moral. Han sido tantos los muertos de esa guerra, sobre todo entre la población civil, que no es un mero tema de campaña, sino una causa justa y necesaria. No es un titiritero. Tampoco un paniaguado. Hollywood, su estela, es el territorio de Bardem.

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