EN los dos últimos años el Congreso de los Diputados habrá celebrado unas doce sesiones plenarias dedicadas a la crisis económica. Con idéntico resultado: la crisis debatida es cada vez más grave y ningún pleno ha hecho rectificar a los dos partidos mayoritarios.

No es descabellada la sospecha de que podrían convocarse doscientos debates monográficos más sin que Zapatero ni Rajoy variasen un ápice sus estrategias. El presidente no cambia: niega que vaya a haber recortes sociales y anuncia el final inminente de la recesión (¿cuántas veces lo anunciará hasta que se produzca?). El líder de la oposición, tampoco: augura el apocalipsis y no concreta qué política económica haría él si gobernara (¿se pueden rebajar los impuestos sin reducir los gastos?).

A la vista de que en economía no se reflejaron puntos de encuentro -ninguno de los dos quería sinceramente encontrarse con el otro-, Rajoy y Zapatero se dedicaron dardos políticos de escasa categoría intelectual. El popular le exigió al socialista que si no acepta sus recetas contra la crisis -curiosa fórmula de acercamiento- disuelva las Cortes y convoque elecciones anticipadas, o bien, en pirueta estrafalaria, que los diputados del PSOE ¡retiren su apoyo a Zapatero! En eso están pensando los socialistas, en cambiar de caballo en plena carrera... Zapatero, por su parte, le echó en cara su falta de valentía y coraje, por no atreverse a perder frente a él una moción de censura. Dijo "presentar", pero está claro que pensaba en "perder". Como si Rajoy fuese tan tonto como para inducir una votación del Congreso para hacerle presidente del Gobierno sabiendo que no cuenta con los votos requeridos (mayoría absoluta).

Lo único que se sacó en claro del pleno fue la creación de una comisión de tres ministros (Salgado, Blanco y Sebastián) que negociará con los diversos grupos parlamentarios en busca de acuerdos sobre competitividad, empleo, déficit y sistema financiero. La comisión, que deja sin sentido los contactos que ya estaba manteniendo el portavoz socialista, José Antonio Alonso, tiene al menos una virtud con respecto a las innumerables comisiones formadas cuando no se sabe bien qué hay que hacer: va a plazo fijo. Deberá encontrar el consenso en dos meses. Al menos nos ahorramos tiempo, energías y espejismos. En mi opinión, el Gobierno logrará en esa comisión algunos apoyos de los nacionalistas vascos y catalanes para cambiar algo sin alterar para nada su inmersión en el optimismo.

En realidad el debate ha sido la confrontación teatral de dos credibilidades menguantes. Podrían convocarse todos los debates que se quisieran y no variaría la sustancia: ninguno quiere pactar con el otro. Les falta generosidad, patriotismo y grandeza.

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