LAS almadrabas andaluzas se enfrentan a unas semanas decisivas en las que se juegan su futuro. La pesca del atún rojo en su tránsito del océano Atlántico al mar Mediterráneo, o en sentido inverso, es una práctica que se desarrolla en toda la costa de nuestra comunidad, y en parte del Levante español, desde tiempos prerromanos: el método artesanal de llevar al atún desde la boca hasta el copo es una de las artes de pesca más antiguas de la humanidad. La reunión de la Convención del Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (Cites) del 13 al 25 de marzo próximo, en Doha (Qatar), amenaza con prohibir la comercialización del atún rojo. El pasado miércoles, el Parlamento Europeo apoyó decididamente un veto a la exportación e instó a que la Comisión defienda esa postura ante la Cites. La nueva comisaria europea de Pesca, la griega María Damanaki, es favorable a que se prohíba la comercialización exterior del atún rojo y ya prepara una propuesta en el sentido que ha marcado la Eurocámara. En concreto, se trata de apoyar una iniciativa que promovió Mónaco para incluir a ese pez en el Anexo I del convenio Cites, lo que en la práctica impediría la comercialización internacional del atún rojo pero no su pesca. La mayoría de la pesca del atún en las almadrabas del Estrecho se exporta, por lo que el veto arruinaría su actividad. España es el país comunitario que tiene más cuota de pesca de atún rojo, con un cupo de 2.526 toneladas para 2010 (la UE tiene un total de 7.104 toneladas). Por eso es necesario que el Gobierno, que ostenta en este semestre la presidencia de turno de la Unión, se emplee a fondo para que las medidas de protección de la especie sean compatibles con la supervivencia de una actividad que es también una seña de identidad de Andalucía. El propio Ejecutivo andaluz ya ha reclamado, con acierto, que el Gobierno estatal se moje en este asunto para salvar al sector, máxime cuando países con tradición en la pesca del atún rojo como Francia e Italia están dispuestos al veto. No se trata de compensar con dinero a quienes perderían su empleo, sino de hallar un encaje correcto que permita que las almadrabas perduren como lo han hecho en los últimos dos milenios.

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