Todo ha resultado previsible. La mayor sorpresa electoral es que no ha habido sorpresa, porque después de las incertidumbres de los últimos días los resultados electorales han estado dentro de los pronósticos más razonables, incluido el descalabro del PP. Nadie, salvo sus leales, entendía la estrategia suicida de Pablo Casado de intentar mimetizarse con su más inmediato adversario político, copiando sus discursos y actitudes que no eran compatibles con un partido democrático. Ni una sola crítica a la política y a los planteamientos de Vox, tanto por el PP como por C's, han creado extrañeza y desconcierto entre los tradicionales votantes de derecha, que al final tenían dificultades en encontrar diferencias entre las ofertas programáticas de estos tres partidos. Y es que la aparición del fenómeno Vox ha producido tal desquiciamiento entre estas formaciones que han hecho de la campaña una permanente carrera hacia un previsible abismo. Este desconcierto ha tenido como resultado una división equilibrada del voto conservador, que ha hecho a C's encontrarse con la apetecible posibilidad del sorpasso. Una consecuencia trascendente de estas elecciones ha sido la manifiesta declaración de una larga batalla entre estos dos partidos para dilucidar quién se hace con el liderazgo de este sector del tablero político. La derecha, desconcertada y desquiciada, no está para pactos ni para ocuparse de otra cosa que no sea su propia batalla interna, sin que por ahora la gobernabilidad de España esté en la lista de sus preocupaciones inmediatas. Ni el IBEX 35, ni la CEOE, van a tener en ellos mayor influencia y será el denostado CIS y sus encuestas mensuales las que marcarán la agenda política de estas dos formaciones, que no van a tener otro afán que intentar afianzarse en el liderazgo de este sector. Lo grave de esta situación es que se trata de una batalla por la supervivencia porque a medio plazo uno de estos tres partidos quedará en la cuneta. Ya ha pasado con la izquierda, en la que una lucha parecida se cobró con rapidez la desaparición electoral de IU. Y es que ni la tradición política española ni el actual sistema electoral, que no parece que se vaya a cambiar, permiten la existencia estable de tres grupos políticos que se disputen un parecido espacio electoral. Así que las últimas elecciones han servido, entre otras cosas, para ensimismar a la derecha en una batalla sin cuartel que condicionarán de forma importante la política española inmediata.

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