CADA familia triste lo es a su manera, escribió famosamente Tolstói, y los Panero lo fueron con una rotundidad irrebatible y literaria, cuatro hombres de alcohol, versos y peligro, una esposa/madre en la escala tensa del cuidado y la resignación, Felicidad Blanc con su pelo blanco, su sonrisa triste, su memoria difícil y digna, su supervivencia entre las décadas de los Panero, el esposo franquista, poeta y dipsómano, los hijos cada uno en su planeta de confusión, todos en la pasarela del exceso entre la pose y la verdad. La manera de ser infeliz de esta familia fue una coreografía colectiva y brutal de la autodestrucción.

Los desencantos. La vida que vibra, duda y se agota en los Lúcidos bordes de abismo que Luis Antonio de Villena describe en su memoria personal de los Panero, publicada por la Fundación José Manuel Lara. Todos con su tragedia y su máscara, perdedores, víctimas de su apellido. Michi es "un existencialista sin causa", dice Villena, poeta sin obra o personaje sin autor que estimula la revisión/proyección de la ruina de los Panero y acaba muriendo, paradoja o justicia, a la misma temprana edad que su padre. Juan Luis, como ocurre en otros documentos (El desencanto de Jaime Chávarri, Después de tantos años de Ricardo Franco), no sale bien parado del retrato en su dimensión de señorito extraviado y egoísta que busca una forma de decadencia no demasiado incómoda, atada un tanto mecánicamente al estratégico prestigio de la desolación. Leopoldo María es el que más fascina y aquí sí hay un modelo de hombre extremo, final, autodestructivo sin tacha, alucinado en su espiral de locura y verso, extraviado de todo, suicida joven que no lo logró y luego se dedicó al suicidio terrible de seguir insoportablemente viviendo para morir un poco cada día. Fueron especialmente tristes sus últimos años, convertido en atracción de barraca en los saraos literarios, manoseado por modernos, oportunistas e imitadores de diseño, todos pendientes de la gran genialidad o la gran barbaridad del próximo minuto, su cara deformada, sus silencios, su adicción al tabaco, la coca-cola y las simas. Un lento camino de aniquilación, un proyecto de anulación y fracaso en el distrito de la calcinación absoluta. Al final el más loco, el más suicida, el más poeta, el más nihilista murió el último.

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