Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

coleraquiles@gmail.com

El despacho cerrado

Ciertas habitaciones cerradas, a modo de huevos, pipas o sandías, nos incitan a penetrar en su interior

En La habitación cerrada, un cuento terrorífico de H. P. Lovecraft y August Derleth, el protagonista, Abner Whateley, acaba de heredar la casa de su abuelo por la que correteó asustado de niño. Nada más llegar a la mansión, ahora en ruinas, lo primero que hace es plantarse delante de la puerta de una habitación que nunca le dejaron visitar. "Ningún sonido de respiración", leemos, "ningún quejido le saludaba ahora, nada en absoluto mientras permanecía enfrente de ella, recordando, aún fascinado por la prohibición de su abuelo". Ciertas habitaciones de los cuentos de miedo son, como las pipas, los melones, las sandías o los huevos: estructuras cerradas que nos atraen porque parece como si en su interior se escondieran algún secreto o algún gozo. Herméticos y, en consecuencia, irresistibles, nos invitan a abrirlos. Además, las clónicas pipas son para el artista Ai Weiwei (Pekín, 1957) una de las metáforas que explican nuestro tiempo: una época caracterizada por la copia frenética. Por la caída del canon, de los derechos de autor y de las academias, fumigadas por el "cortar y pegar". En 2010, Ai Weiwei cubrió el hall de la Tate Modern londinense, con 100 millones de pipas de porcelana, a modo de alfombra de 10 centímetros de espesor y 1.000 metros de superficie. Cuando algún escolar irrespetuoso e ignorante, desobedeciendo las indicaciones de sus profesores, intentó hincarle el diente a una de estas pipas en busca del misterio que oculta en su interior, estropeó su gráfico de dentición. Imagino al expresidente Puigdemont, proclamada la República Catalana, intentando volver a su despacho del Palau de la Generalitat; esa habitación cerrada por Torra, hasta su vuelta; donde Excálibur, pipa y espada de este nuevo Arturo, espera al prócer que ha de morderla y blandirla. Él cree que nadie ha profanado el recinto, en su ausencia y, decido a retomar el mando, se detiene ante la puerta; no puede resistir el deseo irrefrenable de penetrar en el recinto y hacerse con el cetro. Se para, aplica la oreja a la puerta, pide una llave a un conserje, rompe la cascara del huevo del poder, abre y se da de bruces con Torra, entronizado en el sillón presidencial, inamovible, "empoderado" para siempre. Sale desolado, cierra la puerta, y se pierde definitivamente donde habita el olvido.

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