palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Una diabólica certidumbre

MI artículo de hoy no pretende levantar acta de nada que forme parte indudable de nuestro presente. Es sólo un pálpito diabólico que me gustaría compartir con el lector. Ahí va. Los estados totalitarios del futuro diferirán mucho de los experimentos cuarteleros y violentos que hemos conocido y que hoy subsisten en algunos estados remotos y atrasados. No serán dictaduras porque no habrá un dictador. El totalitarismo será colegiado. Respetarán escrupulosamente las leyes y las constituciones; no sólo las propias sino también todas las que compartan con otros estados de la misma órbita. De ese modo un país, por más empeño que pusiera en cambiar los contenidos más gravosos de su Constitución, no lo lograría puesto que la Carta Magna estaría supeditada a otras cartas magnas conectadas entre sí como una red inviolable de interdependencias.Las propias leyes serían el blindaje de los totalitarismo democráticos. Tampoco habría golpes de Estado al estilo de los alzamientos verbeneros. En las dictaduras del futuro se ensalzará el cumplimiento estrictos de las leyes aprobadas en los parlamentos. Se ensalzará con tal vehemencia que ningún súbdito, por explotado, sometido y humillado que esté, será capaz de infringir ese principio capital de las viejas democracias.

Se acentuaría insospechadamente la capacidad represora de las leyes, hasta el punto de esquilmar los derechos básicos de los ciudadanos, pero sin traspasar los reglamentos constitucionales; ni los propios ni los suscritos mediate convenios internacionales. Ser demócrata sería suscribir una completa dependencia salvo para consumir electrodomésticos baratos. En caso necesario, los aliados añadirían apostillas a las constituciones comunes que, pese a su apariencia neutral, concederían carta blanca para constreñir los derechos individuales. Asimismo los tribunales supremos y constitucionales de cada país tendrían la última palabra en la interpretación de las ambigüedades normativas. La designación de tales magistrados se haría fuera de los parlamentos, a través de las propias corporaciones judiciales.

Los vasallos tendrían derecho a votar, pero siempre votarían en el mismo sentido, pues en una democracia cercada es inconcebible un partido dispuesto a romper el sistema reglado. Dicho de otro modo, para eludir las férreas imposiciones habría que escapar del sistema. Y escapar del sistema sería, paradójicamente, antidemocrático. Los cientos de miles de damnificados se contentarían con ejercitar el poder en las redes sociales, es decir, con escribir millones de quejas duras, sarcásticas y sangrantes pero efímeras, absurdas y sin trascedencia. Como si todos lloraran en el hombro virtual de todos.

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