Entre el diálogo y la épica

Son los ucranianos, el sufrido y machacado pueblo, quienes tienen que decidir las condiciones del acuerdo

No hay ningún resquicio ético que pueda justificar la guerra de invasión de Putin. Por eso, era lógico que surgiera una corriente universal de solidaridad con el pueblo ucraniano y que los países de la OTAN no miraran para otra parte y le prestaran ayuda militar. Esta cohesión internacional y el heroísmo derrochado por la ciudadanía de Ucrania han hecho que la proyectada invasión se haya transformado en una guerra de mayor alcance del previsto. Pero no nos engañemos; la realidad es que nadie cree que el ejército de Putin pueda salir derrotado y volverse por donde ha venido sin contraprestación alguna, ni nadie sinceramente espera una victoria militar de las fuerzas del país invadido ni tampoco nadie pretende extender el conflicto hasta el precipicio de la confrontación mundial. Estamos pues en un callejón sin salida. Y ante esta situación la prioridad no es ganar la guerra, es pararla. Frente a los resignados que hablan de una confrontación larga, estos días aparece la esperanza de que de nuevo unas negociaciones puedan poner fin a esta masacre. Mientras que desde las reuniones de la OTAN se lanzan mensajes de escepticismo y desconfianza sobre esta salida, desde el propio corazón de la tragedia, Kiev, se habla de realismo y de esperanza. Es el momento de alentar al gobierno de Zelenski para que opte por esa vía como la única salida que pueda evitar que su pueblo se siga desangrando. El heroísmo, desgraciadamente, es una virtud efímera que se sustenta en el valor, la generosidad y la tragedia, que debe de ser reconocida, pero no alentada, porque es mejor buscar salidas menos épicas que permitan terminar cuanto antes esta tragedia. Frente a los reticentes debería emerger una poderosa corriente que aliente estas conversaciones y, aunque nadie deba confiarse, es mejor recibir estas propuestas con esperanza que con incredulidad. Nada será fácil y todos tendrán que ceder, pero lo que ayer parecía inadmisible hoy puede ser aceptable o al menos soportable. La renuncia de Ucrania de pertenecer a la OTAN para convertirse en un país neutral, mientras subsista la dictadura de Putin, puede ser el camino, aunque parte de Europa vea frustrada sus pretensiones. Pero son los ucranianos, el sufrido y machacado pueblo, el que tiene que decidir sobre las condiciones del acuerdo. Ahora apoyar a Ucrania es más que nunca apostar por un acuerdo, por poco épico que pueda parecer.

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