LA revista Science acaba de publicar un trabajo sobre un microorganismo que se reproduce de forma asexual. Se trata del rotífero de la especie Adineta ricciae que vive en charcos y lagos desde hace decenas de millones años y ha desarrollado una gran capacidad de adaptación. Toda una vida de 80 millones de años sin sexo no ha impedido a este bichito formar 400 especies diferentes. Un poco más lejos en la escala evolutiva está una especie de lagartija que vive en los desiertos del suroeste norteamericano y que tampoco tiene machos entre sus miembros. Las hembras ponen y cuidan huevos de los que saldrán clones perfectos de sus madres.

Para estas dos especies célibes quedan muy lejos las preocupaciones del 79% de los solteros españoles que buscan pareja, según un estudio elaborado hace unos meses por la empresa Parship, dedicada al servicio de relaciones personales por internet. La encuesta realizada entre solteros españoles indica que son los hombres, un 86%, quienes más activamente buscan cambiar su estado. También la inmensa mayoría (93%) no se declara feliz con su actual situación, ni piensan que los otros solteros lo sean (el 75%).

Nada que ver con la feliz existencia de las lagartijas norteamericanas y de las rotíferas de los charcos, que no pierden el tiempo y las energías cortejándose ni tratando de convencerse unas a otras de las ventajas de mezclar sus fluidos y sus genes. Estas contumaces singles no añoran algunas ventajas de la vida en pareja: el contacto físico que echan de menos principalmente los solteros, o el apoyo emocional que echan más en falta las solteras. En las reuniones familiares saurias y rotíferas nadie pregunta: ¿ya tienes novio o novia?, ni se diserta sobre los problemas de la soledad; con la ventaja añadida de que no hay conflicto generacional, pues las hijas tienen el 100% del ADN de sus madres.

Así visto, son sorprendentes las complicaciones que nos hemos buscado los seres humanos; total, para hacer lo mismo que esos organismos virginales llevan haciendo con gran éxito durante millones de años: reproducirnos. ¿Es necesario, para eso, el amor entre sexos? Hay especies que prescinden del emparejamiento. Pero nuestros antepasados eligieron la vía sexual de reproducción porque los individuos que se aparean introducen en sus crías una característica vital: la variedad. La recombinación crea nuevas personalidades genéticas. Las criaturas que cambian con regularidad son biológicamente menos vulnerables a las bacterias, virus y demás parásitos que las atacan. ¡Así que era eso! Tantos quebraderos de cabeza por una cuestión higiénica. Un exceso que ya advirtió irónicamente el antropólogo Paolo Mantagazza: "Casarse por razón de higiene vale lo mismo que ahogarse para saciar la sed".

El caso es que esta ventaja evolutiva ha hecho que buena parte de los organismos complejos que habitan el planeta hayan optado por este sistema de reproducción. Desde luego, es la favorita del Homo sapiens. A la ya difícil tarea diaria de la supervivencia, tuvieron que añadir nuestros antepasados estrategias que les permitiesen salir airosos en la lucha por emparejarse. Seguro que también los solteros del pleistoceno tenían como uno de sus principales objetivos el buscar pareja. Al fin y al cabo, todos nosotros descendemos de una larga y continua línea de antepasados solteros que dejaron de serlo en algún momento, que compitieron con éxito por parejas deseables, que atrajeron a compañeros valiosos desde el punto de vista reproductor, que los retuvieron lo suficiente para reproducirse, que rechazaron a los rivales.

Pervive en nosotros el legado de esas historias de éxito. Sobre ellas se han montado tendencias como las preferencias por una pareja concreta, los sentimientos amorosos, el deseo sexual, los celos, etc. Compartimos muchos de estos mecanismos psicológicos con otros animales, más con los mamíferos, y claramente con los primates. Como ellos, pasamos buena parte de nuestra existencia sintiéndonos atraídos por posibles parejas. Nos atraen quienes tienen un cuerpo simétrico, una determinada proporción cintura-cadera, los que son fuertes y valerosos, quienes tienen juventud, aquellos que están dispuestos a comprometerse y a ser fieles, a invertir en la prole; en fin, nos atraen los que más fácilmente contribuyen a nuestro éxito reproductivo.

En una época en la que sexo y reproducción se han desligado se nos hace difícil aceptar que el objetivo de producir bebés siga estando presente en las motivaciones y los comportamientos amorosos de los seres humanos. Pero no es necesario que la reproducción esté en la mente de las personas; basta con que esté en sus genes. Como en los venerables cavernícolas de los que provenimos, el sexo y el amor es el camino, la reproducción es el destino. Nosotros, como la mayoría de los seres vivos, estamos programados para disfrutar del viaje, inconscientes de a dónde nos pueda llevar. Quién sabe si tendremos el mismo éxito evolutivo de los rotíferos y las lagartijas americanas.

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