MAL aconsejado, enamorado de la persona menos indicada en todos los sentidos, temeroso de que pudieran llegar días de penuria económica como la que sufrieron sus padres y abuelos, el rey Juan Carlos se encuentra hoy en una situación que daña su figura, a la Corona y deja en segundo plano su principal patrimonio: acometer la difícil y arriesgada tarea de convertir este país en una democracia plena tras 40 años de dictadura. Se empeñó además en dotar a los españoles de una nueva Constitución que garantizara la libertad y la igualdad de derechos para todos.

El diario El Confidencial da una vuelta de tuerca a la difícil situación que vive don Juan Carlos al publicar los documentos que demuestran, con su firma, que avaló la creación de una sociedad off shore para ocultar los 100 millones de dólares -unos 65 millones de euros- que le donó el rey de Arabia Saudí. De esos barros llegan los lodos actuales, en los que el Rey impulsó esa sociedad, o permitió que la impulsaran sus consejeros suizos, con el fin de ocultar a Hacienda esa donación. Luego llegó el traspaso de ese dinero a Corinna Larsen, como desveló ella misma; una mujer despechada que pretendía hacer todo el daño posible al hombre que la había dejado, y lo consiguió. Eso no exime de responsabilidad al Rey, a quien nadie puso una pistola en el pecho para que donara todo su dinero a su entonces amante, pero sí demuestra una vez más que una mala compañía destroza biografías y coloca en la diana de la maledicencia a quien estaba colocado, por su grandeza, en lo alto de un pedestal.

Son pocos los españoles, somos pocos, que todavía sentimos agradecimiento a un Rey que hoy vive momentos amargos porque ha cometido errores que los profesionales del Derecho consideran delito. Agradecimiento y afecto, porque España no se habría convertido en un gran país en tan corto espacio de tiempo si la Jefatura del Estado no hubiera estado en manos de una persona como don Juan Carlos. Sólo el afecto y la mirada retrospectiva permiten salvar hoy la imagen del Rey emérito, pendiente de lo que determinen jueces y fiscales sobre su inmunidad, cuestionada tras su abdicación.

Hay un elemento sin embargo que sí debe resaltarse: no ha hecho negocios con dinero público, no hay una sola prueba de que recibiera comisiones por el AVE. Los cien millones fueron un regalo del rey saudí, que le consideraba un hermano. Su pecado: tenía que haberlos declarado a Hacienda, y no lo hizo. Es pecado, pero no anduvieron muy finos sus asesores y consejeros, cuya obligación era guardar al Rey de las tentaciones. De todas.

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