EL ESPONTÁNEO

Juan Cachón Sánchez

El disparate

COMENTABA apenas hace unas semanas a un compañero acérrimo socialista que González con los años había adquirido solera, empaque, eso que se denomina en las altas esferas de la moda elegancia o glamour. Es por lo que no me extraña nada que lo hayan elegido para que dirija el "club de sabios" y que, por tanto, que analizara hasta los últimos confines de la UE como si fuese el viejo profesor Lidenbrock del Viaje al centro de la tierra de Julio Verne e indagar hasta la última duda, pues a veces los sabios se pasan de rosca y se equivocan, confundiendo el culo con las cuatro témporas. Yo los únicos sabios de los que he tenido conocimiento eran los siete sabios de Grecia, que me los sabía de memoria, igual que el Padrenuestro, las jaculatorias, los ríos de España, los picos más altos de Europa y, como remate, la tabla de las durezas de los minerales que solía ir de uno hasta diez, exceptuando las durezas que le efectuaron los zapatos Segarra a mi tío Casimiro, que se los compró cuando Machín cantaba Angelitos negros y le duraron hasta las primeras elecciones democráticas en que votó al PSOE y salió con mayoría absoluta, se compró unos de Loewe y un traje de pana de Valentino y pasó de la dureza diez hasta menos uno automáticamente. Por aquel entonces recuerdo que papá después de la Guerra Civil quiso fundar un club de sabios, pero en el Palacio de El Pardo se cabrearon mucho y le metieron en la cárcel, aduciendo que atentaba contra la moral pública, perdiendo el escalafón que ostentaba en la Casa de la Moneda y Timbre, le dejaron sin monedas y sin el timbre, tuvimos que agenciarnos uno de estraperlo. Cuando papá salió de la cárcel la suerte nos sonrió, pues nos acogió en su casa un sobrino político por parte de madre que había ganado las oposiciones al Registro de la Propiedad y nos fuimos a vivir a una casa soleada con balcones y ventanas con alfeizar en las que se podía colgar la insignia nacional el Día de la Raza. Me matriculé en la Escuela de Cinematografía e hice unos cortos junto a Berlanga. En La escopeta nacional yo era el que cargaba los cartuchos de la escopeta, una vez me equivoqué y los puse con pólvora negra y me expulsaron. Por aquella época conocí a un joven inquieto que manejaba objetivos con más facilidad que un jugador de Mississippi los dados. Se hacía denominar PeñaStone, con los años coincidiríamos en un rincón del barrio de La Malagueta y en calle Pito de Málaga. Sufrí el impacto de enamorarme de Lola Gaos, que me dio calabazas, pues decía que desentonaba cuando le susurraba al oído La Internacional en una butaca de un cine oscuro de barrio, creo que lo que pretendía era otro tipo de guisos a los cuales yo no estaba dispuesto, así que me expulsaron del Partido Comunista en la clandestinidad.

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