Vaya, hombre. Resulta que vivimos en plena superpoblación de indignaditos. Que tenemos efemérides internacionales fuertemente absurdas, como el Día Mundial de Hablar como un Pirata (19 de septiembre), el Día Mundial del Hombre del Tiempo (5 de febrero) o hasta el Día Internacional del Falafel (18 de junio). Y sin embargo, no veo manifestaciones, ni peticiones en change.org, ni convertida en TT la indignación porque la palabra resiliencia se haya colado en los diccionarios del día a día. Se le ha abierto la puerta de nuestras vidas, sin más. Ha okupado nuestros maravillosos vocablos, se ha empadronado en nuestras conversaciones. Y ahí luce ella orgullosa, con millones de seguidores en la red social de lo dantesco. Como si fuera la jefa del equipo de animadoras o el mejor jugador del equipo de fútbol americano. Todos rendidos a ella. ¡Re-si-lien-cia-có-mo-mo-la-se-me-re-ce-una-o-la!

Se han articulado fieros ejércitos dispuestos a bombardear la RAE por abolir la tilde de solo, y es lógico. Pero no entiendo la orfandad en luchas como esta. O como la de cortoplacismo, una de la palabras más feas que se han parido en los últimos años y a la que se aferran multitud de discursos políticos, como si quien la usara estuviera convencido de que con ella ha elaborado un speech para la historia. Esa batalla la dejaremos para cuando pase el tiempo (lo digo así que porque largoplacismo no existe, lo cual ahonda en el sinsentido a la par que discrimina al largo plazo respecto al corto, otra ocurrencia malparida en los sillones de la academia). Resiliencia. En boca del psiquiatra más prestigioso de Argentina. En cualquier estudio de la Universidad de Wisconsin. En un debate de supermercado. Hasta en Twitch hablan de la resiliencia. Leche, incluso Pedro Sánchez la llevó al título de un libro suyo, lo cual ya debería ser motivo de sobra para huir de ella (no lo digo expresamente por el presidente del Gobierno, sino porque un político la abandere e intente darnos lecciones a través de ella).

En serio. Resiliencia es una palabra joven y propia de campos específicos como la psicología, el urbanismo, el derecho o la ecología, entre otras. Ligada a la capacidad de superación y adaptación. A mí lo que me duele es que la gente la use como conformismo y resignación, como una actitud proactiva, cuando es reactiva. Yo la veo otra manera de esclavitud 2.0, como las redes sociales o Glovo. Nos intentamos convencer de que ser resilientes es ser fuertes, pero no hace sino reseñar las miserias en las que nos movemos. Si el capitalismo nos pisotea más, si nos suben el precio de la vida, no pasa nada, tiraremos de resiliencia… Siempre he defendido que la libertad no es hacer lo que deseas, sino elegir cómo reaccionar ante el tablero que te pinta la vida. Prefiero ser libre a resiliente. Además, la libertad nunca pasa de moda. Te doy mi palabra.

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