La duquesa de Puigdemont

Como no podía ser de otra forma, el golpe de julio del 36 ha pasado a un segundo plano en nuestra historia

Hoy es 18 de julio, fecha en la que se produjo el segundo golpe de Estado más terrible en España, después del de Cataluña. Como no podía ser de otra forma, el golpe de julio del 36 ha pasado a un segundo plano en nuestra historia, a la sombra del golpe mucho más atroz del fatídico primero de octubre del 17. Pero, sin ánimo de equiparar ambos, sí que quizá convenga hoy recuperar un poco la historia de cómo se superó aquel otro golpe, que siendo mucho menos grave, sí que nos puede dejar alguna enseñanza interesante para afrontar los momentos tan críticos que vivimos en la actualidad. Aquel conflicto del 36, como todo el mundo sabe, se dejó completamente atrás en nuestra sociedad, y la herida infringida fue restañada sin dejar secuelas en la convivencia. Razón por la cual quizá sería buena idea fijarnos cómo se consiguió, para tratar de aplicar aquellas soluciones también con este golpe.

Para empezar, una Ley de Amnistía. Deberíamos considerar perdonar inmediatamente todos los posibles delitos que se hubieran cometido durante el procés, y, por supuesto, evitar que se puedan juzgar en el futuro. No solo eso, deberíamos proponer que además los implicados más violentos y crueles fueran condecorados y beneficiados económicamente, como se hizo, y se hace, con Billy el Niño, el torturador del franquismo. Deberíamos ofrecer a Puigdemont la posibilidad de que Torra, su sucesor designado, fuera elegido máximo representante de Cataluña de por vida, y dinásticamente. No solo que Torra sea representante vitalicio de Cataluña, sino que también su primogénito, y el primogénito de su primogénito, y así eternamente. Es más, a Torra lo deberíamos proveer de inviolabilidad jurídica, no sea que a algún chalado le de por investigarlo en el futuro. Más vale pasarse que quedarse corto. A Puigdemont, por su parte, habría que construirle ya un mausoleo, bien grande y ostentoso, para ensalzarlo de por vida, como merece, el día que nos falte. Y para su mujer deberíamos crear un ducado, el ducado de Puigdemont, para honrarla también como merece, junto con sus descendientes por los siglos de los siglos. "Quien olvida su historia está condenado a repetirla", decía Santayana. Que no nos pase eso a nosotros. Aprendamos de nuestros grandes aciertos del pasado, para superar las terribles dificultades del presente.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios