el periscopio

León / Lasa

La ejemplaridad y las tarjetas golfas

Tras ver el increíble descaro con el que gastaban el dinero de las tarjetas de Bankia, seguro que ninguno pisará la cárcel ni devolverá ni un euro

EN un sesudo libro que aún no he podido leer por completo, señala el filósofo Javier Gomá que mientras que a los ciudadanos de a pie -a usted, a mí, a mi compañero de trabajo- no se nos puede exigir mucho más que la mera observancia de las leyes, y ninguna otra cosa, ya que el resto entraría dentro de la sacrosanta esfera privada de la moral, a los ciudadanos públicos, a los políticos (también quizá a deportistas, a personajes de notoria popularidad) se les debe requerir un plus a ese exclusivo cumplimiento de los códigos legales: esto es, una conducta ejemplar, ya que, aunque son titulares del poder, su poder es vicario, se lo han confiado, precisamente, los ciudadanos, aquéllos a los que tan a menudo desencantan. Apunta Gomá que si cualquiera de nosotros, antes de contratar una canguro o unos albañiles, intentamos cerciorarnos, hasta donde podemos, no solamente sobre su probada profesionalidad sino también sobre su honestidad, su conducta sin tacha, ¿cómo no va a ser también así cuando se trata de personajes públicos de mayor o menor calado? Para los políticos las leyes deberían ser necesarias (y no siempre es así), pero nunca suficientes: se requiere, en estos tiempos líquidos, de hombres y mujeres ejemplares. Probablemente esa proliferación de leyes, decretos y órdenes, toda esa diarrea legislativa que multiplica cada año el Aranzadi, se deba a que vivimos en una época en la que no abundan los hombres ejemplares.

Cuando leemos estos días cómo, de qué manera, con qué increíble descaro, gastaban el dinero de las tarjetas de Bankia personajes que habían ocupado cargos de altísimo nivel dentro del aparato del Estado (ministros, presidentes de grandes compañías, financieros, el jefe de la Casa Real...) sólo podemos concluir -y siento escribirlo tal y como lo pienso- que vivimos en un cenagal de dimensiones oceánicas. No vamos a entrar en el prolijo y tedioso campo legal (si en realidad eran sobresueldos opacos, si los presuntos delitos han prescrito, si las pruebas se han obtenido de manera irregular...), donde con toda probabilidad quedarán absueltos, sino, ya decimos, en la manera en la que despilfarraban el dinero de una entidad bancaria que luego tuvo que ser rescatada con el dinero de esos albañiles, de esos camareros, de esos autónomos, que se desloman para llegar a fin de mes: tiendas de lencería, restaurantes de moda, hoteles de cinco estrellas, flores, relojes, trajes a medida, regalos a las amigas y a los amigos (que nadie se ofenda), botellas de champagne. Obsceno, burdo, hortera. Pero es lo que tenemos. Ésa es la ejemplaridad que se les debe presumir a nuestros hombres públicos. Por supuesto que ninguno pisará la cárcel. Y por supuesto que la mayoría no devolverá un euro. Y no pasará absolutamente nada. Son los peajes, nos calmarán, que hay que pagar por tener un sistema tan excelso. Algunos no estamos tan seguros. P. S.: Promete Sánchez Dragó en su nuevo libro -Shangri-La: El elixir de la eterna juventud- que podemos llegar a ser casi inmortales si seguimos determinadas pautas de conducta y alimentación. La pregunta es: ¿merecería realmente la pena?

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