LA anécdota se ha contado tropecientas mil veces. Un joven diputado conservador le comentaba a Winston Churchill la emoción que sentía por estar sentado en el Parlamento junto a él y frente a sus enemigos de los demás partidos. Churchill le enseñó una de las primeras lecciones de la vida política:

-Joven, no se equivoque: los de ahí enfrente son nuestros adversarios. Nuestros enemigos se sientan en este mismo banco.

Nunca pudo imaginar Mariano Rajoy que el compañero que más le ayudó a ser reelegido como presidente del PP en el último congreso iba a ser, andando el tiempo, la mayor amenaza para sus posibilidades de regresar al poder. Que quien con el peso de sus delegados y de sus mayorías absolutas en una de las regiones más dinámicas y prósperas hizo desistir a quienes le disputaban el liderazgo interno (Esperanza Aguirre, sobre todo) fuera a convertirse en un obstáculo para sus ambiciones de Moncloa. Que Francisco Camps, en definitiva, se le pusiera en contra.

Es lo que está pasando. Rajoy ha puesto la mano en el fuego por su amigo Camps hasta más allá de lo políticamente soportable. Ha aceptado que, a diferencia del PP de Madrid, el caso Gürtel no haya acarreado una sola dimisión en el PP valenciano. Pero, claro, esta condescendencia ha sido posible mientras lo de Gürtel era una cuestión de trajes. No es posible ahora que es una cuestión de trama, de la trama que, según la Policía, había montada en la Comunidad Valenciana entre los conseguidores de El Bigotes-Correa, el PP del lugar y varias empresas constructoras para financiar ilegalmente al partido. (La Fiscalía ha archivado la denuncia contra este informe policial).

Espantados ante lo que se ha ido conociendo por cuentas, documentos y conversaciones telefónicas, Rajoy y su escudera Cospedal han pedido, con muy buenos modos, a Camps que haga dimitir al secretario regional del PP, el megapijo Ricardo Costa (¿se han fijado que el muchacho parece que se pone la chaqueta con percha y todo?) o a su vicepresidente Vicente Rambla o a los dos. El escándalo precisa un cortafuegos que detenga sus efectos devastadores antes de que chamusque al propio Rajoy. Quien haya hecho lo que no debe, no estará en el partido, dijo ayer Cospedal. Pero Camps no cede. Parece enrocado en su feudo, declarando que él no gobierna para un partido y esgrimiendo que Valencia es muy importante para que el PP gane las elecciones generales, que lo es, ciertamente.

Así está el tema. Campos no sacrifica a sus peones y Mariano, que aparenta mirar para otro lado para disimilar su cabreo mayúsculo, debe estar pensando que esta putada no se la podía hacer más que un enemigo. O sea, un compañero de partido.

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