HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

El espacio abandonado

la delicada situación de la economía ha impulsado al gobierno de Estados Unidos a abandonar ciertos programas espaciales que tenía previstos, entre ellos la vuelta a la Luna en 2020 en un viaje tripulado. No nos alegramos de estas decisiones porque nos suenan a la antigua demagogia que se oía en mi niñez, ya cercana la adolescencia, cuando se lanzaron al espacio los primeros satélites artificiales y empezó la rivalidad entre americanos y soviéticos para llegar más lejos en la carrera espacial. No se debía gastar dinero en experimentos complejos y caros fuera de la tierra, se decía, mientras hubiera hambre en el mundo y necesidades elementales. Conocimos el mismo argumento más adelante y por otras causas: no se debía emplear tiempo y dinero en hacer una revista literaria o en organizar funciones de teatro y conciertos, mientras hubiera gente que no supiera leer ni escribir.

Si la especie humana se hubiera dedicado sólo a procurarse la comida y la de los demás, no habríamos progresado nada y estaríamos como al principio: buscando comida. Quedamos tan absortos y fascinados cuando vemos las imágenes que envían los telescopios espaciales, que la curiosidad de la inteligencia quiere ir más allá, no importa que detrás esté el abismo, otro universo al que no tendremos entrada, o la Nada que, como pensaba la Escolástica, debe ser algo cuando el hombre la ha concebido en su pensamiento. Quizá el que volvamos a la Luna no sea lo más importante, aunque no lo podemos saber: si hay agua escondida y bolsas de aire subterráneas, si hay minerales y riquezas, lo sabremos algún día lejano y nos serán de provecho, si las naciones no hacen una guerra sideral por conseguirlos. Conocer el confín del Universo está guiado por el mismo espíritu de los descubrimientos terrestres.

Por más demagogia que se le eche a la conciencia de la curiosidad científica, no hay marcha atrás. Habrá entorpecimientos, discursos de la indigencia mental, pero seguirá viva porque no puede ser de otra manera, porque seríamos otra especie con otro cerebro que no se hiciera preguntas por su costumbre de mirar al suelo y no al cielo. Medios tiene que haber para todo, para un concierto y para ver el final de universo, para un libro y para ir a la Luna y a Marte, para formar una orquesta y para saber qué torbellinos impensables hay en el centro de la Galaxia, para detener un virus y evitar que los terremotos se ensañen con los más pobres. Si hay menos dinero, hay que repartirlo, porque sin los bienes del conocimiento la comida será poca y mala, la vida sin más alicientes que el de comer y el futuro de la raza humana ligeramente mejor que el de los restantes mamíferos. Pero que el dinero para el progreso del hombre sea, a ser posible, privado: el dinero público busca tontos reverenciosos y hace la fortuna de los pícaros.

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