El espectáculo gestión

Mientras se prefiera el espectáculo a la efectividad científica, se seguirá optando por la multa y la prohibición

Mientras que en matemáticas cualquier excepción rompe una regla, en política parece que se han aficionado demasiado al hecho contrario de que "la excepción confirma la regla". Un ejemplo práctico ha sido la limitación de vehículos en el centro de Madrid para rebajar los niveles de contaminación, donde había tantas excepciones, que casi todo el mundo podía circular. Pero, sorprendentemente, en 24 horas se había resuelto el problema y los índices habían disminuido increíblemente.

Todos sabemos que la contaminación no es un carrusel al que se le aplican medidas correctoras a corto plazo e inmediatamente vuelve a límites aceptables, por ello sería cuestión de ser algo más serios en este tipo de decisiones. El que suscribe el artículo, que ha tenido la oportunidad de vivir en Madrid este glorioso día de las prohibiciones automovilísticas, piensa que hubo más espectáculo que realidad. Realmente no se notó la disminución del típico tráfico navideño, mucho menor ya de por sí que en el resto del año. En el fondo lo único que provocó fue que cientos de policías tuvieran que dar muchas explicaciones, especialmente a los sorprendidos turistas, de qué podían hacer con su coche. Pero las medidas lograron objetivos difíciles de justificar: por una parte se incrementó el nivel de contaminación de la periferia, por encima de lo que se redujo el del centro, y por otra se logró que se incrementaran las ganancias de todos los parkings privados, los cuales aplaudieron a rabiar estas medidas de Carmena y su equipo. Sin duda dos éxitos cuestionables con el modelo de gestión que predican.

Sin embargo siguen sin aplicarse medidas más efectivas como la construcción de aparcamientos públicos disuasorios junto a las centrales de metro, autobuses o ferrocarril. De igual manera, siguen haciendo caso omiso a los estudios que indican que la velocidad general limitada a 70 Km/h no disminuye la contaminación y, sin embargo, la velocidad obligatoria variable logra que haya una circulación más fluida, se eviten los atascos y las paradas, y se logre una disminución de casi un 10% en los niveles de óxidos de nitrógeno. Y si se quiere un cambio radical liberalícense los aparcamientos regulados a los vehículos eléctricos, e incluso gratifíquese todo el transporte público. Pero mientras se prefiera el espectáculo político a la efectividad científica, se seguirá optando por la multa y la prohibición.

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