EL reloj señalaba algo más de las 17:30 cuando las motocicletas de la Guardia Civil comenzaron su desfile, adornado de luces y sonido, por la calle central de la Alameda Principal. El rugir de sus motores y el intermitente alboroto provocado por el público que se congregaba en las vallas de la pancarta patrocinada por Agua Sierra de Cazorla, a 4 kilómetros de meta, anunciaba la inminente llegada de la serpiente multicolor a una de las vías más carismáticas de la capital. Los malagueños y turistas que se acercaron para empujar a los ciclistas hasta el alto de Gibralfaro mataban el tiempo como podían. Muchos optaron por retratar los instantes que precedían al paso de los ciclistas. Incluso se retrataban a sí mismos, aunque la cosa no iba con ellos. A pesar de todo, la vía por excelencia del autobús urbano en Málaga respiraba una tranquilidad impropia de un evento tan mediático como la Vuelta. No había demasiada expectación. Mucha gente paseaba ajena a lo que se avecinaba. La temperatura no ayudaba, claro está. Pero la ocasión merecía un esfuerzo.

El paso fugaz que protagonizaron el líder momentáneo de la etapa Serafín Martínez (Xacobeo Galicia), primero, y el numeroso grupo perseguidor, después, hizo pensar a la mayoría de los asistentes que todos los corredores ya habían pasado. Pero La Alameda aún esperaba a los más rezagados del pelotón. Algo que algunos no entendieron, ya que se marcharon antes de que pasase el ciclón a dos ruedas. Incluso un servidor, que estuvo a punto de irse antes de tiempo. / Daniel pérez

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