La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Los esqueletos de El Torbiscal

Nunca he podido ver sin piedad e inquietud restos humanos, por muchos siglos que nos separen de ellos

Veo la fotografía de uno de los esqueletos de la necrópolis romana descubierta en El Torbiscal, provincia de Sevilla. De esta persona que vivió y murió en el siglo I d. C. sólo quedan estos huesos, el equivalente humano de un edificio abandonado o devastado por un bombardeo del que solo han sobrevivido los pilares, los forjados y las vigas -el esqueleto del edificio-, desapareciendo muros, tabiques, fachadas y cuanto lo hizo habitable.

En las fotografías de las devastaciones de la guerra se ven edificios bombardeados que han perdido su fachada, mostrando obscenamente el interior de las viviendas con sus muebles y hasta sus cuadros colgados en las tres paredes que aún quedan en pie. Para el esqueleto de la fotografía ese momento fue el de su muerte y enterramiento, todavía reconocible su fisonomía, recordado su nombre, frescas las lágrimas que tal vez alguien lloró por él y vivo el dolor que quizás su desaparición provocó en los suyos. No mucho tiempo después todo se deshizo y se impuso el olvido. Pasados 20 siglos sus restos son una mera cosa que en nada se diferencia de los objetos que le rodean. ¿Convierte la muerte al cuerpo humano en una mera cosa desposeída de dignidad? ¿Cuál es el plazo que marca el tránsito de lo humano a la cosa? La búsqueda de los cuerpos de los asesinados para darles digna sepultura es uno de los fundamentos de la Ley de Memoria Histórica, y han pasado 80 años de su muerte. ¿Dónde se pone el límite? ¿En la desaparición de descendientes? ¿En la pérdida del mundo -valores, instituciones, creencias- al que el sujeto perteneció?

20 siglos después los esqueletos de El Torbiscal son cosas sin más valor que la información que aporten, como si fueran restos de cerámica. Pero nunca he podido ver sin piedad e inquietud restos humanos, pareciéndome oír lo que Hamlet dice a la calavera de Yorick: "Vete a la estancia de tu señora y dile que, por más que se embadurne, acabará con esta cara". Incluso con pudor e incomodidad en el caso de las momias egipcias expuestas en los museos, tan reconocibles sus rasgos. Por eso comprendo la lucha de los rabinos -que tantas veces les ha enfrentado a los arqueólogos- para que los restos encontrados en las excavaciones de las necrópolis judías reciban digno enterramiento con su ritual de oraciones. ¿Exagerado? Quizás. Pero también hermoso como gesto que nos recuerda la dignidad que corresponde a lo humano.

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