El mismo día que se divulgaba en todo el mundo la primera imagen de un agujero negro, localizado a 55 millones de años de distancia (gracias, por cierto, al algoritmo desarrollado por Katie Bouman, una ingeniera formada en el MIT de 29 años; en la rueda de prensa de la presentación del proyecto fueron otros notables los que dieron la cara, pero así es la vida), un grupo de paleontólogos revelaba el hallazgo de una especie humana, desconocida hasta ahora, que vivió en Filipinas hace unos 67.000 años, antes de la llegada del homo sapiens. Apenas un par de días antes, el doctor Mariano Barbacid y su equipo dieron a conocer que habían logrado eliminar por completo el cáncer de páncreas en ratones, con lo que quedó abierta una puerta más que prometedora para la consecución de logros en seres humanos a medio plazo. Casi a la par, mientras una astronave israelí se estrellaba en la Luna, desde EEUU se daban nuevos detalles sobre los planes para enviar misiones tripuladas tanto al satélite como a Marte en la próxima década. Todo esto ha pasado en menos de una semana, pero si prestamos atención a lo que nos espera, muy pronto tendremos los resultados de las misiones espaciales que determinarán si hay vida en las lunas heladas de Júpiter. Mientras el planeta intenta apañárselas entre crisis mal resueltas, cambios climáticos, populismos vergonzosos, el regreso impune de los totalitarismos, la decadencia impulsada a velocidad de crucero por la corrupción y la conciencia de que toda una generación ha visto en Occidente truncadas sus expectativas (del resto del mundo, mejor ni hablamos), el conocimiento científico atraviesa un esplendor que puede ya, por derecho, considerarse único en la Historia de la humanidad. Y lo mejor, ya se sabe, está por venir: si los resultados del observatorio de ondas gravitacionales del proyecto LIGO son los esperados, podríamos tener una gran teoría unificada en menos de veinte años. La realidad, digamos, tendría menos secretos. Podríamos ver más claro.

Cabe subrayar, eso sí, que este esplendor interesa. En Málaga, sin ir más lejos, las actividades del Centro Principia, la Academia Malagueña de Ciencias, los Encuentros con la Ciencia que coordinan Enrique Viguera y su equipo y las propuestas de la Sociedad Malagueña de Astronomía (su Cita con las Estrellas, aún en curso, es un ciclo ejemplar) y la Agrupación Astronómica Sirio (que precisamente hoy, Día Mundial de la Astronomía, celebra una jornada con talleres y observaciones), entre otros colectivos, se suelen contar con los aforos completos. El problema es que estas actividades, que cada vez ganan más atención, dependen a menudo del voluntarismo y el esfuerzo de ciertos quijotes dispuestos a sacrificar su tiempo e incluso su dinero. Hace ahora un año anunció Francisco de la Torre su intención de "potenciar" el Centro Principia; desde entonces no se ha vuelto a saber más, aunque estaría bien ser más ambiciosos. Igual los turistas van también a un Museo de la Ciencia.

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