La tribuna

Agustín Ruiz Robledo

La ética del hechicero

DIOS hizo al hombre a su imagen y semejanza, pero pensó que debía de quitarle algunos de sus atributos para diferenciarse de él, así que lo hizo mortal y lo dejó sin felicidad, pero ¿dónde esconderla para que no la recuperara? Dios reunió a los ángeles para que le dieran su opinión. "En el monte más alto del Mundo, en el Himalaya", dijo uno. "No, no. Los hombres -objetó otro- son curiosos y les gustan los desafíos, así que antes o después explorarán toda la cordillera y la encontrarán". "Entonces, pongámosla en el fondo del mar", volvió a decir el primer ángel. "No, no -se oyó una voz del fondo del cónclave- porque son inteligentes y un día inventarán una máquina para bajar hasta allí". En la luna, en un planeta, en, en.. Por más que los ángeles proponían sitios, siempre había algún inconveniente. Hasta que un ángel barbudo y silencioso, hasta ese momento, dijo con voz segura: "Ya lo tengo, pongamos la felicidad en el interior del hombre, como estarán tan ocupados buscándola en el mundo exterior nunca la encontrarán".

"¿Qué hay de políticamente incorrecto en este cuento que le ha presentado mi hijo a su profesora de Ética?" me preguntó, un punto desafiante, un buen amigo hace un par de días. Con mis reflejos posmarxistas, le mascullé cuatro ideas sobre lo alienante que es reconducir la ética a la felicidad personal olvidando las relaciones de producción, la explotación de los trabajadores, las injusticias sociales, etc, etc. "Frío, frío", me respondió de forma burlona.

-"¡Ah, claro! -dije con cara de eureka-, es un cuento machista, dice el hombre. ¿Y la mujer? ¿Es que no tiene alma, como decía Aristóteles? Es intolerable que en pleno siglo XXI....."

-"Frena, frena. Tan frío como antes". Ahora el tono de mi amigo era el de quien está seguro de que su interlocutor es tan torpe que jamás adivinará el acertijo.

-"Pues será porque la felicidad de los españoles es trabajo para el Gobierno, como dijo María Teresa Fernández de la Vega", le respondí por decir algún disparate y que me dejara ya tranquilo.

-"Pues no, el cuento es exactamente lo que la profesora de Ética quería para ilustrar su clase sobre la felicidad, salvo por la primera palabra, Dios. Dios no sirve porque puede ofender la sensibilidad de algún alumno ateo, así que le dijo a mi hijo que lo cambiara por hechicero".

Entonces fui yo el que puse cara de burla. "Me tomas el pelo -le dije-. ¿Hechiceros y ángeles sirven? ¿Dios no?" Pero no, vi en sus ojos que hablaba completamente en serio. Y me entró un escalofrío del que todavía no he terminado de recuperarme.

Me tengo por una persona razonablemente laica, muy convencida de que hay que separar el Estado de la religión. Así, veo con buenos ojos las asignaturas de Educación para la Ciudadanía y Ética, como soportes de una moral ciudadana al margen de cualquier confesión; creo que la Religión debería de dejar de impartirse como asignatura, por muy voluntaria que sea; me gusta que mi rector haya suprimido de los actos de inauguración del curso académico la tradicional misa. En fin, en este mismo periódico he tenido ocasión de criticar que el Ayuntamiento de Granada le diera la medalla de oro de la Ciudad al Cristo de los Favores, con el voto unánime de PP, PSOE e IU. Sin embargo, pienso que no puede construirse una ética laica prohibiendo que los creyentes pronuncien en público la palabra Dios.

Con Voltaire, creo que la ética debe fundarse en la tolerancia: compartimos valores, aunque tengamos creencias distintas, que respetamos mutuamente. El ateo y el católico deben defender la igualdad de todos los seres humanos, y respetar mutuamente la diferente base argumental de ese valor, uno lo hará en la idea de que todos pertenecemos a la misma especie y otro en que Dios nos hizo a su imagen. Por eso, la idea del Ayuntamiento de Córdoba de excluir de sus subvenciones para promocionar la igualdad a las asociaciones que tengan una base religiosa no sólo es tres o cuatro veces inconstitucional (por violar la libertad de conciencia, el derecho de asociación y la igualdad), sino que rompe las reglas de una sana ética laica, que no puede entrar en los fundamentos ideológicos de cada uno para obrar rectamente.

No hay respeto cuando el católico acusa a un laico de asesino inmoral por estar a favor de la nueva regulación del aborto, pero tampoco cuando el laico tacha al católico de sádico incorregible porque no acepta el derecho a morir dignamente. Dilemas morales discutibles, que hemos de afrontar con respeto hacia el que no piensa igual que nosotros. Ningún estudiante católico de quince años debe darse por ofendido porque un compañero ateo explique la búsqueda de la felicidad como un viaje al interior mortal de uno mismo. En sentido inverso, ningún ateo puede sentirse ofendido porque el católico diga que está allí porque Dios la puso junto al alma inmortal. Y la profesora que fuerza al católico a cambiar su cuento, seguramente con toda la buena voluntad del mundo, no sólo está atacando tanto la libertad de creación literaria como la religiosa de ese alumno, sino que está dificultando la formación de una ética tolerante, que comparta lo principal y respete lo secundario.

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