Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Casi europeos

Si por la opinión pública fuese, parecería que nadie en España se ha dado cuenta de que los europeos somos nosotros

Las llamadas a salir de Europa y a convocar en España un referéndum similar al que propició el Brexit después de que el TJUE confirmase la inmunidad Junqueras no pueden dejar de percibirse con preocupación, pero también, qué quieren que les diga, con cierta ternura. Parece que hay quien está dispuesto a sentirse agredido hasta en la siesta, pero lo enternecedor es el modo en que los populismos dicen andar a la gresca entre sí cuando la evidencia demuestra que buscan exactamente lo mismo. Si España no nos gusta nos vamos, si Europa no nos gusta lo mismo. El discurso de la pataleta, testimonio de la mayor inmadurez social, es interpretado por muchos como el manotazo en la mesa que hace falta, el cirujano de hierro de antaño, los huevos puestos en la sartén, cuando, ya sabemos, el populismo, sea de derechas o de izquierdas, independentista o centralista, es la respuesta más cobarde y la que más se regodea en un su incapacidad no sólo de resolver los problemas, sino de afrontarlos; o tal vez en la comodidad que entraña soltar el exabrupto más bestia como signo de compromiso a la espera de que sean otros los que deshagan los entuertos. Es así, de nuevo, como se nos da esta llamada a la deserción continental: como la de un nacionalismo cagón de pacotilla.

Pero hay algo más revelador. En cada uno de sus reveses, Puigdemont afirmaba "esperar mucho más de Europa". Con la inmunidad de Junqueras, llegan lamentos parecidos del otro lado de la contienda. En cambio, cuando un decreto de las instituciones europeas parece favorecer a los independentistas o a los empeñados en sofocar el procés a palos, de inmediato se lanza como una piedra al contrario, chincha, Europa me da la razón y te la quita a ti. Y si por la opinión pública fuese, cabría concluir que nadie en España se ha dado cuenta de que los europeos somos nosotros. Se acude a tribunales e instituciones como en busca de injerencia más elevada, como si tuviera que intervenir la madre superiora, pero esos tribunales e instituciones son las nuestras. Nos competen, nos corresponden y nos asisten: no vienen, sino que ya están aquí. Y seguramente es en esta manera de entender Europea, como un árbitro extranjero que hemos aceptado alquilar para que medie en nuestros asuntos ahora que los Papas no tienen ese poder, donde mejor se percibe la inmadurez social y política de España.

De igual' modo, las leyes españolas son también europeas. Así que no le vale a Puigdemont obviar unas y acatar otras. Los europeos a los que tanto admira viven también en Linares y Sanlúcar. Válgame Dios.

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