Dos euros

Ni siquiera se trata de cada uno se guarde sus habichuelas, sino de que te las guarden

Resulta que tenía razón, que el cerdito sobre la cajonera del dormitorio era una buena idea. Eso de engordarlo con los céntimos que todas las noches se me caen de los bolsillos al quitarme los vaqueros era lo que había que hacer. Ha tenido que venir Villalobos a explicárselo a mi señora para que se convenza. A lo tonto, a lo tonto, casi un euro al día. Más que los dos que propone que ahorren los jóvenes cada mes. Como hacen los daneses, que además de rubios y altos como la cerveza, son más previsores. También tienen menos desempleo y mejores salarios, pero eso no compete a la comisión sobre el futuro de las pensiones que preside su señoría entre partida y partida de Candy Crush. Un euro al día son trescientos sesenta y cinco al mes. Catorce mil seiscientos, el día de mi insolidaria jubilación. Muchos más que los novecientos sesenta que ahorrará cualquiera de los futuros licenciados en matemáticas o económicas que se preguntan en qué facultad aprendió a hacer cuentas la diputada. No me resultará difícil. Pese al empecinamiento del calendario, tengo la suerte de no ser uno de esos parados de larga duración, mayor de cuarenta y cinco años, con menos posibilidades de encontrar trabajo que el fotógrafo del BOE. Catorce mil euros que convenientemente administrados durante veinte años (después prometo morirme para no cobrar durante más tiempo del que haya cotizado) me supondrán una ayudita mensual de sesenta euros. Actualizados a fecha del 2038: un truño marrón como los lazos con los que los pensionistas adornan la red después de la subida de este año. Para que se enteren los jóvenes y Villalobos sólo contemple su jubilación después de la de la Torre. Su mensaje es perverso. Ni siquiera se trata de cada uno se guarde sus habichuelas, sino de que te las guarden. Que se las dé a un banco en la confianza de que te las devuelva dentro de cuarenta años. Dad y os será dado, sin preguntar qué ocurrirá con los que no puedan o por qué es posible que ahorremos pero imposible el ahorro solidario de la caja de pensiones.

Juan murió con casi ochenta años. Tieso y sin darle valor al dinero. Nuestro común amigo José Ignacio sostiene que fue porque cuando lo tuvo fue mucho y nada, cuando le faltó. Villalobos no ha necesitado la segunda clase. Quizás por eso está preocupada por las pensiones y prefiere seguir trabajando hasta los ochenta. Lástima que, como el suyo, no haya trabajo para todos.

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