Letra pequeña

Javier Navas

La fiesta del tapón

EL Ayuntamiento de Málaga ha emprendido una campaña contra el ruido urbano, no sé si a bombo y platillo. La concejal de Medio Ambiente, Araceli González, considera que el empacho de sonido merece un ataque radical. La principal ofensiva de la campaña consiste en repartir tapones para los oídos, dando al reparto la oportuna publicidad. "Los ciudadanos podrán comprobar la sensación de la ausencia de ruido", dice González. No es mala idea: taponarse las orejas aplaca los decibelios y evita escuchar ciertas tonterías.

Respecto al tráfico, no parece que el taponeo vaya a solucionar mucho: haría falta una -ruidosa- reorganización urbanística al lado de la cual peatonalizar la carretera de Cádiz parecería cambiar una reja de alcantarilla. En cuanto al botellismo, la propaganda no convence; la pasma, sí. ¿Por qué no dejar que la Policía trabaje y Medio Ambiente prescinde de chorradas? Sí, ya; la represión tiene una pésima fama. Nunca perdonaremos a Freud (mejor: a los más casquivanos discípulos de Freud) que nos hiciera creer que tragarse los impulsos, respirar hondo y contar hasta diez antes de montar un número fuese malo. La represión y la censura son útiles, como lo políticamente correcto. Sin represión hace siglos que la humanidad se habría despedido de la Tierra entre crímenes pasionales, sin dejar más rastro que un puñado de pirámides (Freud consideraba que aficiones como la religión y el arte servían de espita por las que el hombre soltaba su reprimido vapor).

Cuando no funcionan las medidas informativas, no hay más remedio que emplear las coercitivas. Con firmeza. El Ayuntamiento no está ahí para dar besos. Reparte premios, echa fotos a las peñas y pone primeras piedras. Pero también pone multas. Los coches-guateque y las terrazas que saludan al alba son el martirio de ciudades por lo demás agradables. Las ordenanzas contra el ruido pueden devolver la noche a los que quieren destinarla al sueño, que es para lo que Dios Nuestro Señor la reservó del día. Pueden lograrlo… si se aplican, claro. Hasta ahora no se han aplicado y en lugar de la mano dura ahora se usará la oreja sellada; la concejal piensa ir disco por disco, buga por buga, distribuyendo pelotillas de cera y explicando que la ley es un gran consejo y que los ciudadanos buenos hacen bien en acatarla. Espera que la oigan, pero temo que va servida. No sólo por el ruido.

Si la Policía no logra acallar el jaleo, menos va a hacerlo una movida publicitaria. Más que ideas chispeantes haría falta obligar a cumplir las normas, por antipáticas que parezcan. Mientras tanto, que los contadores de ovejitas se concentren lo suficiente para que éstas salten la valla en lugar de ponerse a bailar Waka waka.

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