Lo del rascacielos del puerto se puede comparar con un forúnculo en la fachada litoral. Se trata de una protuberancia dolorosa en la piel del paisaje. Con palabras más apropiadas y argumentos lo describe el Manifiesto "NO A LA RUPTURA DEL PATRIMONIO CULTURAL DEL PAISAJE". A pie de firma más de trescientos referentes del arte, el pensamiento, la cultura malagueña y personalidades relevantes del panorama nacional, de todas las ideologías y sensibilidades políticas. Se trata de un debate complejo. Por una parte, la inversión económica, los nuevos puestos de trabajo y un balón relleno de billetes que da un respiro a varios gremios. Todo bajo la premisa del retorno del turismo en la postpandemia. Hipotecamos las vistas, con un cachivache de cristal esbelto como la cementera de la Araña frente a la biznaga de la Farola. El debate no es si rascacielos sí o no, sino dónde. Vender el horizonte "defender la identidad del paisaje".

No hay que tener poderes adivinatorios para ser conscientes de que a partir del coronabicho el turismo será otra cosa. Y tal vez ese pánico a lo desconocido sea lo que tanto nos asusta, si volveremos a ser los de antes. Ya somos y seremos distintos. Nuestro porvenir no depende de una torre de Babel hotel casino con vistas. Le cuento una historia: En Ponferrada soñaron con edificar el rascacielos más alto de Castilla y León. Una fábula de ladrillo. Los próceres que asistieron a la ceremonia de colocación de la primera piedra allá por el año 2006 reniegan de la foto. El récord les duró unas semanas y las peripecias de la Torre de la Rosaleda fueron muy cotilleadas. Calificada como una de las 15 edificaciones más feas y raras de España, entre otros detalles porque sus 107 metros de altura en treinta plantas distorsiona el perfil de una ciudad de 65.000 habitantes donde la altura media de las construcciones es de 30 metros. Tras un historial de quiebras inmobiliarias y peripecias judiciales, a los propietarios de esos pisos les llegaron incluso a cortar la electricidad y estuvieron privados de agua y ascensor cuando les reventó una burbuja de ladrillo en las hipotecas. El destrozo estético sigue ahí. Que se construyan rascacielos en Málaga es progreso. Ubicarlos en otro entorno también. Malbaratar el skyline del caso histórico con otra "espinilla" es un lujo y una responsabilidad que no sabemos si nos podemos permitir.

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