El zoco

juan lópez cohard

La fosa común

Hace un año, más o menos, que comenzó todo. Y nadie sospechaba entonces que llegaríamos a la situación que estamos viviendo. El pueblo, la gente, vive con una depresión física y mental que se palpa en el ambiente donde quiera que se vaya. Hay miedo al contagio de un virus que muta, según dicen los expertos, constantemente y lo hace a peor: con una mayor rapidez de contagio y con una mayor gravedad, o lo que es lo mismo, con una mayor mortalidad y, además, el Covid ya no tiene preferencias según la edad. La pandemia se expande incontrolada con más virulencia que los primeros meses del año pasado.

Y, en medio de ese tsunami, que no ola, dos títeres sin cabeza: el ministro de Sanidad, Illa, y el director epidemiológico, o lo que sea, Fernando Simón. Aunque la responsabilidad es del Gobierno que los puso y los mantiene. Fernando Simón, el año pasado por estas fechas, cuando saltó el foco de Wuhan en China, nos tranquilizó a todos diciendo que "España no tendría más que dos o tres casos" y también negó que fuese necesario usar mascarillas (aún no sabíamos cuál, lo mismo que ahora, que cada día nos dicen que la mejor es otra y no la que ya hemos comprado). Dos meses después el número de muertos alcanzaba ya unas cuantas decenas de miles.

¿Por qué se tardó tanto en tomar medidas y F. Simón nos mintió de aquella manera? Por razones políticas. Al Gobierno no le interesaba tomar medidas hasta después del 8 de marzo. Y, pasada esa fecha, fue cuando le interesó tomar las máximas, el confinamiento total y decretar el estado de alarma. Así aprovechó para legislar con decretos leyes todo aquello que democráticamente hubiese sido escandaloso. Ahora, un año después, estamos igual. Cuando F. Simón ha dicho que el contagio de la cepa británica, mucho más grave, iba a ser "marginal" en España, alguien gritó por ahí: ¡Nos morimos todos! Diez días después, la british cepa comienza a ser la dominante en el país.

Está claro que Simón tiene el dilema que Unamuno decía que tenían los galenos: o mata al enfermo por miedo a que se le muera, o le deja morir por miedo a matarlo. En cualquier caso, nos mata, se lo digo yo. Pero peor es lo del ministro Illa. Ese nos va a matar a todos con tal de que las elecciones catalanas se celebren ahora que las encuestas le favorecen. Ya verán, después de ellas el Gobierno nos encerrará de nuevo a todos y asistiremos al responso de la economía española.

Lo cierto es que la resiliencia tiene un límite y el desfallecimiento lleva consigo la desesperación. El pueblo calla porque la resiliencia ha pasado a resilencio y resignación. Cuando los gobernantes, de la multitud de gobiernos que tiene este país, solo andan a la gresca sin que se tomen medidas adecuadas, cuando faltan vacunas y cuando, habiendo vacunas, faltan jeringuillas y cuando tenemos vacunas y jeringuillas las reciben los que gobiernan saltándose los protocolos de prioridad de vacunación, al pueblo solo le queda la resignación del derrotado. Esta España tribal que no ha superado las taifas de la Edad Media, observa atónita como los compatriotas muertos, víctimas de la pandemia, son enterrados en la fosa común y anónima de las cifras del ministro Illa y Fernando Simón.

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