HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano /

Los 'fuchés'

EL más famoso de los chaqueteros y camaleones políticos, desde que la Revolución Francesa dio nacimiento a la política tal como la entendemos hoy, es sin duda Joseph Fouché. Va camino de ser en nombre común (fuché se escribiría castellanizado), como mentor, mecenas, catón o séneca. La fama es tan gran ambición que a los heridos por este mal no les importa alcanzar la de los infames. Más que la fama, la compulsión de Fouché era el poder, un medio para alcanzar la fama. Se unió a la revolución y fue denunciado por Robespierre por la crueldad de sus excesos, pero participó en el golpe que derrocó a Robespierre y se salvó. Tuvo altos cargos, entre ellos ministro de Policía, en el Directorio, en el Imperio, en la Restauración, durante los Cien Días y, después de Waterloo, en la segunda vuelta de Luis XVIII. En los dos últimos regímenes ni siquiera cambió de cargo: ministro de Policía. En calidad de tal, le presentó al rey una lista de las personas a quienes había que perseguir por haber participado en la revolución. "Veo -le dijo el rey- que no se ha olvidado usted de ninguno de sus amigos."

Desde el principio de la historia tenemos noticias de fuchés en los cambios de reyes, dinastías, llegadas de conquistadores o guerras de bandos nobiliarios. Con la adopción de la democracia en el mundo contemporáneo, su corte de dictaduras y revoluciones de diverso tipo, los fuchés aumentaron en cantidad y calidad. El problema, si es que lo es, al que se enfrenta un régimen triunfante es que tiene que contar con el derrotado, porque en realidad los regímenes se derrotan a sí mismos cuando agotan sus posibilidades. Tras la caída del nazismo los alemanes hicieron tabla rasa. A la dictadura comunista rusa la vencieron los comunistas. Los monárquicos destronaron a Alfonso XIII y los republicanos acabaron con la república, y unos y otros conformaron los mandos y los funcionarios de la dictadura franquista. El franquismo se desmanteló a sí mismo y de él surgieron los reformadores hacia la democracia, incluidos los socialistas.

La pereza mental ayuda a los cambios políticos. Leyes como la de Memoria Histórica, disparatada ya en el título, lo que pretenden es fomentar esa pereza. Tenemos la impresión de que la llegada de los godos hizo desaparecer a los romanos por vía de encantamiento, y la de los imaginarios árabes a los godos. No desapareció nadie, siguieron aquí, se transformaron, se adaptaron y tomaron el mando los fuchés de siempre. El mapa genético de España sigue siendo predominantemente prerromano. No hay procesos a las naciones ni los vencedores echan al mar a los vencidos, sino que buscan a los fuchés para que se cumpla la frase gatopardesca de que algo cambie para que no cambie nada. Son traidores, pero necesarios; infames, pero benéficos. De correr tras el carro del vencedor se encarga primero la plebe y poco después el pueblo.

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