Calle Larios

Pablo Bujalance /

Las fuerzas vivas

QUE la huelga de basuras haya resultado útil habrán de dilucidarlo los trabajadores de Limasa. La sensación de tablas a la baja revela, en cualquier caso, que aquí no se ha solucionado nada y que habrá que ir componiéndoselas para la próxima huelga. Pero a lo mejor el conflicto ha permitido la comprobación de ciertas sospechas ya abultadas sobre quiénes parten el bacalao en la ciudad, cuáles son sus fuerzas vivas; dónde, al cabo, reside el poder político, que no es sólo en el Ayuntamiento, seguramente porque ayuntamientos hay más de uno. De entrada, el comité de empresa ha revestido todo el jaleo desde el minuto uno, en virtud de la más voraz dialéctica marxista (a la que uno es aficionado cuando no hay que rezar Vísperas), de lucha encarnizada entre "los pequeños" y "los grandes", entre los obreros y el capital. Bien, claro, no se trataba de un partido de fútbol. Pero también entre los de abajo cabe hacer distinciones, especialmente a tenor de la capacidad de hacerse notar y hacerse oír a la hora de plantear sus exigencias. No todos los trabajadores, me temo, tienen la misma posibilidad de poner a toda una ciudad en jaque con tal de llevar al alcalde contra las cuerdas, por más que la imagen de De la Torre como líder protector haya salido, sospecho, notablemente reforzada. Al final, la cuestión democrática resulta en el derecho a la huelga tan débil y tan, posiblemente, de mala calidad como en cualquier otro aspecto. Lo cierto es que el comité de Limasa no es precisamente un colectivo vulnerable; pero lo que no es de recibo es que, con la que ha caído, al final se haya optado por aparcar sin más un problema que tanto daño hace y tanto disgusto cuesta hasta el próximo estallido. Estoy convencido de que tanto los trabajadores como los ciudadanos deseaban una resolución muy distinta. La definitiva. Ajo y agua.

Pero más revelador aún es el modo en que desde el otro lado se han posicionado quienes más voz han tenido para reivindicarse como afectados, cogidos del brazo del alcalde: los hosteleros y las cofradías. O, lo que es lo mismo, los directores de la Málaga turística y chipén, antoniobanderiana y colmada de atrezzo, que ocupa buena parte de los espacios públicos durante casi todo el año por otros motivos, aunque desde luego con mejores olores. En algún momento parecía que la huelga iba contra ellos, no contra los ciudadanos. Pero tan grave es que las terrazas estén impracticables como que los niños no puedan jugar en la calle, o que las personas enfermas y vulnerables hayan tenido que quedarse en casa. De nuevo hace aguas la urbe democrática. Pero ya dijo don Fulano que donde hubo clase, pues eso.

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